Una revolución cultural y social

Mucho se ha escrito ya sobre la transición política española, mediante la que pasamos del régimen dictatorial del general Franco a la democracia. Y se ha escrito, generalmente, en términos elogiosos, e incluso ejemplarizantes, por lo que tuvo de cambio de grandes proporciones, llevado a cabo, pese a su complejidad, de modo más que satisfactorio, aunque no por ello exento de obstáculos ni de algún sobresalto. Menos se ha hablado de la revolución cultural y social que acompañó y en cierta medida anticipó aquella transición política y que ha modificado, para bien, la formación y las condiciones de vida de los españoles.

La inminencia del quincuagésimo aniversario de la muerte de Franco, que acaeció el 20 de noviembre de 1975, y que se conmemorará por tanto el próximo jueves, nos brinda ahora la oportunidad de revisar dicha revolución cultural y social. Una revisión que incluirá aquí, como en la publicada en nuestro suplemento Cultura/s de ayer bajo el título Especial 1975-2025. 50 años de cambios , referencias a sus aspectos intangibles y también a los contables.

En los años del tardofranquismo, el régimen ejercía aún su control sobre el grueso de la actividad educativa y de la cultural. La censura seguía activa en distintos ámbitos, y de modo notorio en el del cine, donde las películas nacionales eran a menudo víctimas de la tijera y muchos clásicos extranjeros tenían vedada su proyección en España. Los ecos de la autarquía se proyectaban también sobre las artes escénicas, la edición literaria o las artes plásticas, donde las filias políticas podían condicionar, o directamente proscribir, a determinados creadores. A la muerte de Franco, la tasa de analfabetismo ascendía todavía en España al 12% de la población. Ahora es residual, de apenas el 1,5%.

La transición política propició un gran cambio en la mentalidad y los usos de los ciudadanos

La llegada de la democracia, precedida por la creciente actividad de los grupos más politizados o de unos incipientes movimientos contraculturales, traería una profunda renovación cultural, que permitió saltar de los obsoletos preceptos franquistas a otros homologables con los de la Europa libre. Esa apuesta por la cultura tuvo su reflejo y su consolidación en el artículo 20 de la Constitución, promulgada en 1978, que reconoce y protege los derechos de expresión, la libre producción y creación literaria, artística, científica o técnica, y también la libertad de cátedra, así como la de información.

Este pronunciamiento recogido en la Carta Magna vino de la mano de políticas institucionales para dotar al país de una infraestructura adecuada, que a escala nacional incluyó la creación de, entre otros, el Centro Dramático Nacional (1978), el Instituto Cervantes (1991) o el Centro Reina Sofía (1992); y en Barcelona se expresó, entre otras, con las inauguraciones del Macba (1995) o del MNAC (2004) en Montjuïc.

Las grandes expectativas que iluminaron la antesala de la democracia, tras cuarenta años de oscuridad franquista, así como las importantes inversiones públicas y privadas, no se vieron defraudadas. El sector de la industria cultural empleaba el año pasado a unas 700.000 personas y representaba el 3,3% del PIB. Otro dato: el índice de lectura ha descrito en el último medio siglo una sostenida curva ascendente, y en la actualidad se sitúa en el 70%, cuando a principios de siglo no llegaba al 40%.

La modernización de España a lo largo del último medio siglo ha sido extraordinaria

Esta revolución cultural se ha desarrollado en paralelo a otra social. Si bajo el franquismo llegó a parecer, como sugería un chascarrillo popular, que todo lo que no estaba prohibido era obligatorio, la llegada de la democracia trajo aires de libertad y una revolución copernicana de las costumbres. El país se recuperó en buena medida de su atraso y en algunos casos se situó en la vanguardia global. El mismo año en que se aprobó la Constitución se legalizó la píldora anticonceptiva; en 1981 llegó la ley del divorcio; en 1985 se despenalizó el aborto; ese mismo año, España firmó el tratado de adhesión a la Comunidad Europea; en el 2005 se aprobó el matrimonio de parejas homosexuales; y a lo largo de ese medio siglo las mujeres han logrado avances inimaginables bajo Franco.

España es hoy, afortunadamente, un país distinto del que era en 1975. Los desafíos que afronta, en una coyuntura cada día más digitalizada y expuesta al dictado de los algoritmos, son enormes. Pero los progresos culturales y sociales alcanzados durante los últimos cincuenta años, sin parangón en la historia del país, acreditan las capacidades propias y constituyen, por tanto, un motivo de confianza en el futuro.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...