Mi reino por una gamba

Desde el verano, no me como una gamba (de roscas y rosquillas mejor no hablamos). Ciudadano de la ciudadanía, estoy ahorrando en vicios por si algún día me encuentro una gamba fresca y cabezona en una pescadería, pero ni modo.

Unos días me dicen que están por las nubes, otros que no pueden capturarse así como así y algunas veces sugieren que las encargue con antelación, como si una gamba fuese una entrada para Oques Grasses, la gira de Raphael del 2028 o el próximo CE Europa-Centre d’Esports Sabadell.

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Ana Jiménez

El mundo tiene muchos problemas, yo me conformo con uno: dar con media docena de gambas frescas y sin compromiso para llevarlas a la plancha con fondo de sal.

Se extinguen las pescaderías, amargura de la infancia y alegría en la vida adulta

El asunto puede parecer menor, pero la desaparición de las gambas en las pescaderías ilustra el declive de estos establecimientos que dan tantos disgustos en la infancia como alegrías en la edad adulta.

La dichosa ciudadanía está dejando de comprar en las pescaderías: han desaparecido un tercio de las que había en el 2007 en España o del Estado español por seguir la terminología timorata de muchos colegas que con tal de no llamar a las cosas por su nombre atribuyen al Estado competencias como la venta de jurel, rape o sardinas.

Al parecer, la gente –perdón, la ciudadanía– no tiene tiempo para comprar en las pescaderías, que, encima, desaparecen por su grandeza: regalan perejil sin pedirlo y explican lo que haga falta al cliente, ya sea como preparar una sopa de rape o qué harina reboza mejor, explicaciones que llevan su tiempo por no hablar del que requiere limpiar unos boquerones.

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Joaquín Luna
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No hay forma más generosa de extinguirse que siendo fieles al buen servicio aunque, a veces, uno pierda la paciencia cuando alguien compra media tonelada de pescado para congelar y de paso narra el desembarco de los nietos el sábado, como si a los que guardan cola les importasen esos desalmados.

La única desgracia que atesoro de París era la pésima comparación con las pescaderías de Barcelona. La Sagrada Família será el templo más alto del mundo, pero no hay consuelo: ¿dónde están mis gambas, orgullo del Mediterráneo y alegría de mi corazón?

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