Deshumanizar al otro

En su libro Si esto es un hombre, Primo Levi narra la deshumanización de los judíos a manos de los nazis en Auschwitz: la sustitución del nombre de cada uno por un número, la apropiación de todo lo que recuerda la propia historia (fotos, cartas, el cabello), la degradación del cuerpo, la arbitrariedad de las normas... Así, el título del libro se refiere a lo que queda de una persona cuando todo lo humano se destruye.

La deshumanización es un proceso por el cual un grupo convierte a otro grupo en inferior –no humano–, de modo que resulta más fácil de excluir, discriminar o dañar­.

Eso es lo que hacían los individuos adinerados que pagaban por hacer de francotiradores en Sarajevo en los años noventa: convertir previamente en animales o cosas a los bosnios. Es decir, se iban de safari de seres humanos, safaris que ahora han sido destapados por el periodista Gavazzeni y son investigados por la Fiscalía de Milán.

Un soldado bosnio responde al fuego de un francotirador en Sarajevo el 6 de abril de 1992

 

Mike Persson / AFP

Desde las neurociencias, ese mecanismo tiene una explicación. Si el cerebro no reconoce la humanidad del otro, tampoco genera resonancia empática. No se reconoce al otro como persona, se le niegan las emociones, el sufrimiento y deja de haber límites para la propia conducta.

Las mujeres siempre han constituido, según Simone de Beauvoir, la “otredad”, el otro por antonomasia. Aunque no somos una minoría, sino la mitad de la humanidad. Se nos deshumaniza al asociarnos con animales: zorra y perra son insultos frecuentes. Se nos deshumaniza al tratarnos como objetos: recipientes, cuando somos un útero alquilado para gestar para otros, y cuerpos sexualmente disponibles, cuando se nos coloca en situación de prostitución. Se nos deshumaniza cuando se nos niega pertenencia a un grupo moral, por ejemplo, cuando se consideraba que las mujeres no tenían alma.

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Gemma Lienas
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