Cuando las autoridades no hacen bien su trabajo y no avisan de una inclemencia meteorológica que puede resultar peligrosa, como sucedió durante la dana de Valencia, es justo que los ciudadanos reclamen las responsabilidades correspondientes.
El domingo en Tenerife sucedió algo distinto. Veinte bañistas, turistas extranjeros y peninsulares, decidieron saltarse los precintos y la vallas que la policía local y la Guardia Civil habían colocado en una de las piscinas naturales de la costa de Santiago del Teide. Había aviso de fenómenos costeros extremos y un golpe de mar se llevó la vida de cuatro personas y hay una quinta persona desaparecida. De hecho, las fuerzas del orden llevaban días sacando a bañistas del agua, reponiendo los precintos y volviendo a poner las vallas en su lugar, pero todo fue inútil y al final ha habido que lamentar una tragedia que pudo ser mucho peor y que no es la primera vez que sucede.
Las imprudencias se suelen pagar muy caras.