Más allá de la idoneidad de la enésima protesta del sector del taxi en Barcelona y del éxito o no de la convocatoria –la de ayer parece que no cumplió ni de lejos las pretensiones de Élite Taxi– sí es pertinente focalizar sobre las consecuencias de este tipo de movilizaciones. Porque más allá del evidente y legítimo derecho a la discrepancia y a la movilización, para el ciudadano de a pie, el que coge el autobús para llegar al trabajo, el que se desplaza en autocar desde más allá del área metropolitana, el que conduce, el que tiene una visita al médico, a una reunión o a una cita quizás concertada muchos meses atrás, las consecuencias son las mismas. A pesar del pinchazo de la protesta, 500 taxis estacionados en la Gran Via son suficientes para colapsar una de las principales entradas a la ciudad. Quizás va siendo hora de que algunos se replanteen las formas para no conseguir el efecto contrario al pretendido. Parte del propio sector –como Pak Taxi, el Sindicat del Taxi de Catalunya (STAC) y la Associació Taxi Companys (ATC)– ya lo ve así.
El daño colateral del taxi
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