Gobiernos derechistas en Latinoamérica

José Antonio Kast, hijo de un miembro del partido nazi refugiado en Chile tras la derrota del Tercer Reich, y simpatizante del régimen autoritario del general Augusto Pinochet (1973-1990), obtuvo el pasado domingo la victoria en la segunda vuelta de las elecciones chilenas. Fue una victoria clara, que le proporcionó el 58,1% de los votos, mientras su rival, la comunista Jeannette Jara, conseguía el 41,8%.

Este triunfo de Kast, fundado en un programa que priorizaba la seguridad, la mano dura con la inmigración y el impulso a la economía, se integra en una cadena de victorias de los candidatos derechistas o ultraderechistas en los comicios celebrados recientemente en Latinoamérica. Baste mencionar, a modo de ejemplo, que en este 2025, antes del triunfo de Kast en Chile, se produjo en octubre el de Rodrigo Paz en Bolivia, poniendo fin a dos decenios de hegemonía del partido fundado por Evo Morales, y, en abril, la reelección en Ecuador de Daniel Noboa. Es probable que el empresario Nasry Asfura, que cuenta con el firme apoyo de Donald Trump, acabe erigiéndose como vencedor de las elecciones celebradas a principios de mes en Honduras, cuyo escrutinio definitivo todavía no se ha podido completar.

La lista de mandatarios derechistas latinoamericanos se prolonga con nombres como los de Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina o Santiago Peña en Paraguay. Y no se descarta que próximas elecciones en Colombia o Perú se resuelvan con victorias para los candidatos conservadores.

El triunfo de Kast en Chile se inscribe en una serie de victorias para los conservadores

¿Estamos ante un giro derechista en Latinoamérica? Hay razones para afirmarlo, pero también para matizar su alcance real. Es un hecho que, atendiendo a las recientes victorias mencionadas, la respuesta a la pregunta podría ser un sí. Pero también lo es que los dos países más poblados de Latinoamérica, México y Brasil, suman unos 340 millones de habitantes y están en manos de gobiernos progresistas, presididos respectivamente por Claudia Sheinbaum y Luiz Inácio Lula da Silva, y por tanto que tres de cada cuatro latinoamericanos viven actualmente bajo administraciones izquierdistas. En términos de PIB, la proporción es similar.

En líneas generales, podríamos decir que la región latinoamericana suele estar sometida a los vaivenes de una política pendular, que hace que en determinadas fases históricas la derecha domine la mayoría de los países y, en otras etapas, sea la izquierda la que lo haga. Así ha sido tradicionalmente. Si nos fijamos en la izquierda, veremos que perviven, desde hace decenios, regímenes ya muy deteriorados como son los de Cuba, Nicaragua o Venezuela, y que en determinadas épocas coexistieron con administraciones progresistas heterogéneas de países como Bolivia, Ecuador o Chile, entre otros. Del mismo modo que ahora mismo la tendencia al alza favorecería a la derecha.

Dicho esto, la presente coyuntura presenta unos rasgos particulares. Por una parte, la radicalización de la derecha, encabezada en Argentina por alguien como Milei, que se define como anarcocapitalista; o en Chile por Kast, que asumirá de modo efectivo la presidencia en marzo, tras exhibir sin complejos su simpatía por el régimen dictatorial de Pinochet, en cuyos días fueron víctimas de asesinatos políticos más de tres mil personas.

La radicalización de los discursos y las ambiciones de Trump complican la coyuntura en la zona

Y, por otra parte, distingue esta coyuntura la actuación de Donald Trump, que ha decidido confrontarse con mandatarios izquierdistas, como el venezolano Nicolás Maduro, ya sea apoyando a la oposición encabezada por Corina Machado, que días atrás mostró en Oslo su sintonía con el presidente norteamericano, o desplegando parte de su flota ante costas venezolanas, encadenando ataques mortales a embarcaciones de presuntos narcotraficantes o amagando con una invasión. Y, en paralelo, ha expresado sus preferencias en otros países latinoamericanos, sin ocultar ambiciones de todo tipo.

Derecha e izquierda defienden intereses respetables y están obligadas a tratar de atraer a los electores con programas electorales convincentes, respetando siempre las normas democráticas que garantizan el ejercicio de la voluntad popular. Otra cosa, más preocupante, es que las posiciones se extremen hasta tal punto que pongan en peligro las libertades. Eso está ocurriendo ya en países más poderosos. Pero sería una muy mala noticia que se extienda hacia otros, entre ellos los latinoamericanos.

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