Hace unos meses, en el Diario de la Educación hallé un escrito de Paula Bloom que llevaba por título Pues es mi opinión y la tienes que respetar, una expresión que un estudiante de primaria empleaba para finalizar una charla con su maestra sobre un asunto en el que no estaban de acuerdo. Me causó impacto, especialmente porque la docente comentaba que se encontraba a menudo con esa postura entre los alumnos.
Recientemente, he ofrecido diversas conferencias sobre igualdad a estudiantes de cuarto de ESO en varios colegios, y he observado reacciones similares. Reconocen que, efectivamente, existen normativas que garantizan los mismos derechos para mujeres y hombres, pero distinguen entre la legislación y las creencias arraigadas, particularmente en los jóvenes varones, aunque no exclusivamente. Esta perspectiva representa su propia convicción, su punto de vista particular, en contraposición al de otros.
Desde luego, tener ideas distintas no puede significar que se deba perder la consideración por la otra persona. La frase, muy citada, “todas las personas merecen respeto, pero no todas las ideas lo merecen”, del escritor y periodista Johann Hari, significa que el respeto a la persona debe de estar por encima de sus ideas; cosa que parece evidente.
Por otra parte, los jóvenes creen que les corresponde tener sus propios pensamientos. Y, sin duda, son libres de poseerlos. Si bien esa autonomía los resguarda como seres racionales, no ampara sus conceptos si resultan irracionales.
Es necesario examinar las propuestas, en lugar de aprobar indiscriminadamente todo lo que provenga de TikTok.
Y, no obstante, lo que los estudiantes deben comprender —y no únicamente ellos— es que sus planteamientos son susceptibles de ser refutados. El acto de cuestionar no implica denigrar a nadie, sino replicar sus argumentos con razonamientos y pruebas. Sin embargo, una gran cantidad de jóvenes —y también de mayores— parecen reacios a aceptar esta premisa, fundamental en cualquier colectividad democrática.
Me cuestiono si el pensamiento posmoderno, el cual es escéptico ante las verdades absolutas y se inclina hacia el relativismo al no reconocer estándares comunes de validez, ha logrado infiltrarse tan fácilmente en la sociedad. Y sospecho que así ha sido.
Debemos abordarlo mediante la formación: se admiten ideas, pero con discernimiento; no aceptando cualquier tontería de TikTok. No obstante, lo que percibo actualmente en los estudiantes es una autovaloración altísima, carente de la balanza del juicio crítico, y con una preponderancia desmedida de lo sentimental desconectado del razonamiento lógico (si lo experimento de esta manera, ¿quién eres tú para refutarlo?). Y, al mismo tiempo, observo en los mayores un temor considerable a decepcionar, a discrepar o a establecer límites. Sin embargo, no debemos equiparar la consideración con la inacción.
