Alcoholismo, poder inestable

Las semanas recientes están desafiando, todavía más, nuestra perdida y requerida tranquilidad. El planeta parece más desquiciado y los escasos destellos de esperanza que surgen, en un lugar u otro, se perciben cada vez más apartados y reducidos, desvaneciéndose velozmente ante densas nubes y ráfagas de tormenta. No existe sosiego, no hay respiro, no hay quietud.

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Donald Trump y Elon Musk sostuvieron un encuentro en septiembre, durante la celebración en honor a Charlie Kirk. 

Ross D. Franklin / Ap-LaPresse

Entre la gran variedad de noticias y eventos que alteran nuestra rutina, un suceso particularmente inquietante tuvo lugar recientemente. Susie Wiles, la influyente jefa de Gabinete del presidente Donald Trump, compartió revelaciones crudas y conmovedoras acerca de la dinámica de poder en el círculo íntimo de la Casa Blanca, enfocándose en las características personales del líder mundial más influyente y también en Elon Musk, la persona más acaudalada del planeta. Estas no fueron grabaciones clandestinas, sino declaraciones formales acompañadas de un reportaje visual.

Jefa de Gabinete de Trump: su jefe es un narcisista cegado por el poder.

Se describe a Trump como una figura alcohólica. No se refería a que fuera un adicto al trabajo, workaholic, sino a su carácter narcisista y empoderado, embriagado de sí mismo. Él “opera con una visión de que no hay nada que no pueda hacer. Nada, cero, nada”. Es decir, un poder sin límites y difícil de concebir. Ese es el principal riesgo. Y Musk, dependiente de sustancias como la ketamina, que alteran la percepción de la realidad, empañan la sensatez y desestabilizan. “Un tipo raro, muy raro”, ha concluido.

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El revuelo ha sido considerable, dado que quien expone tales disfunciones es la propia depositaria de la información más confidencial y por la franqueza y desgarradora honestidad de sus declaraciones. Si bien posteriormente ella misma intentó desacreditar al reportero para atenuar la grave situación y el propio mandatario procuró minimizar su descripción, la verdad es que Wiles ha identificado aquello que muchos perciben con aprensión: la cúpula de la autoridad está influenciada. ¿Wiles se salió de sí? ¿O, por el contrario, ha perdido la compostura? De cualquier modo, hemos sido advertidos.

En nuestra realidad nacional, tan mancillada y agitada ya en demasía, el escándalo Wiles no ha generado suficiente alarma como requerirían estas revelaciones más parecidas a una confesión o, quizás, una delación. Y es un grave problema de fatiga democrática: cuando el umbral de sorpresa desaparece, la sanción democrática se debilita. Y la resiliencia del sistema de valores que nos sustenta se corroe. Una aluminosis de nuestro sistema institucional. El escándalo deja de ser un punto de inflexión y pasa a ser un episodio más. La atención pública, fragmentada y efímera, se desplaza rápido; la memoria, también.

“Nombrar correctamente las cosas es una manera de intentar disminuir el sufrimiento y el desorden que hay en el mundo”, afirmó Albert Camus. Si cesamos de designar y reconocer lo importante y significativo, dejaremos de tenerlo en cuenta. Y de actuar. Este es el costo del silencio que pasa por alto: es el preludio del silencio de quienes son cómplices o de las víctimas.

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