Ver a tantos niños y niñas refrescándose en el Mirall d’Aigua de Glòries fue una escena de alegría colectiva. Por eso, la decisión del Ayuntamiento de clausurarlo en pleno verano sorprende. Sinceramente, resulta muy cutre.
Si tras inaugurarlo se ve que la ciudadanía lo usa para aliviar el calor, lo lógico no es cerrarlo, sino adaptarlo: pavimento antideslizante, agua tratada, señalización clara. Diseñar una lámina de agua en Barcelona en julio sin prever su
uso lúdico es un error de base. Más aún si se hizo pensando en que se reflejara la torre Glòries para las fotos turísticas.
La ciudad no es un decorado: es un lugar habitado. Y si los espacios públicos no se piensan para la vida real, acaban siendo eso: bonitos pero inútiles. Barcelona necesita refugios climáticos funcionales, no espejos del fracaso urbanístico.
Xavier Duacastilla Soler
Barcelona