Últimamente se escribe mucho sobre los boomers porque encarnan la brecha generacional en economía, política y cultura. Están en el centro de debates como la sostenibilidad de las pensiones, la concentración de riqueza o el peso electoral. Con elegancia, algunos articulistas muestran que el mundo que se prometió a los jóvenes ya no existe. Y, aunque insisten en que no hay que responsabilizar a la generación de sus padres de todos esos males, firman titulares calculadamente provocadores.
Las tensiones entre generaciones han existido desde siempre, pero la actual no va de modas, música o estilos de vida: se trata de la ruptura de un contrato tácito que garantizaba a los hijos progresar respecto a sus padres. Hoy, en cambio, se enfrentan a la regresión. Esa fractura clama por un reajuste urgente que los políticos rehúyen como a la peste.
En las sociedades occidentales los mayores son más, viven más y quieren disfrutar como si no hubiera un mañana. Nada de eso debería ser un problema, siempre que se mantuviera un compromiso intergeneracional que, hasta ahora, había funcionado como pegamento social. La pregunta es si ese pacto se puede rehacer para que ganemos todos.
Javier González Delgado
Terrassa