Nos encontramos con unas aulas llenas de pantallas, donde se prioriza la digitalización en nombre del progreso tecnológico. ¡Y eso está genial! Pero ¿por qué se deja en último lugar lo más importante? ¿En qué lugar queda la educación emocional?
Queremos un alumnado completamente formado en matemáticas, ciencia, tecnología o idiomas. Sin embargo, esos mismos niños y niñas se convierten en adolescentes con una baja autoestima, un autoconcepto frágil y un nivel altísimo de cortisol debido al estrés y la ansiedad mal gestionados. La mayoría no sabe relacionarse de forma saludable.
Aunque, ¿cómo iban a hacerlo, si nunca les han enseñado a identificar y gestionar sus emociones, ni a reconocer las de los demás? ¿Cómo van a caminar por la vida de manera positiva si solo saben resolver ecuaciones, pero no conflictos; si dominan los idiomas, pero no el lenguaje emocional que sostiene nuestras relaciones? Sin educación emocional, toda la tecnología del mundo no bastará para formar personas felices, plenas y en paz.
Natalia Juan
Castelldefels