Cada día, cuando salgo a la calle, me encuentro con alguna situación en la que pienso: “Uf, qué milagro”. Un coche que se salta un semáforo en ámbar, otro que adelanta sin visibilidad, alguien que mira el móvil mientras conduce… Son escenas tan habituales que parecen formar parte del paisaje cotidiano. Pero no debería ser así. Hemos normalizado las imprudencias al volante, y con ello estamos aceptando un riesgo constante que pone en peligro vidas. Vidas que no se pueden equiparar a llegar cinco minutos antes al trabajo o a casa.
Cada día hay accidentes de tráfico, muchos de ellos evitables. Y detrás de esas cifras hay personas, familias, historias que se rompen por un segundo de irresponsabilidad. Cuando alguien comete una imprudencia no solo arriesga su vida, sino también la de quienes viajan en otros vehículos y la de peatones que no tienen culpa alguna.
Núria Corbella Ansede
Pallejà