Nos recuerdan constantemente lo importante que es ahorrar. Mirando a nuestro alrededor, más que un consejo suena a chiste. Nos dicen que dejemos el café de cada mañana, como si ese euro y pico fuese el culpable de que no podamos comprarnos un piso. También recomiendan reducir las cenas con amigos, aunque hoy en día salir a tomar algo equivale, prácticamente, a un pequeño préstamo encubierto. Y así, entre renuncia y renuncia, parece que el único camino hacia el futuro sea encerrarse en casa y mirar el saldo de la cuenta con esperanza. Mientras tanto, los precios del alquiler y de la compra semanal suben sin ningún pudor. Los sueldos, en cambio, practican el minimalismo: siempre igual de contenidos. La paradoja es evidente: se culpa al individuo mientras se ignora que el coste real de la vida convierte cada gesto cotidiano en un pequeño lujo.
Ivet Català Navarro
Barcelona