Aprender a callarse

Hay quienes, tras unos minutos de observación superficial, se sienten con derecho a etiquetar cuerpos y presencias ajenas. Reducen a otros a centímetros, volúmenes o “más” y “menos” según estándares olvidados. Curiosamente, cuando alguien critica el cuerpo de otro, revela sobre todo sus propios vacíos y miedos. Ese instante dice más de quien lo emite que de quien lo recibe. Lo más sorprendente es que muchas veces este juicio no nace de la maldad, sino de la costumbre.

Hemos aprendido a opinar como si fuera un deporte, tratando cuerpos ajenos como espacios públicos donde dejar comentarios innecesarios. Así alimentamos una cultura de comparación y carencia. La verdad es simple: nadie conoce la historia que habita un cuerpo. Lo más valiente hoy no es hablar, sino callarse cuando el comentario brota del ego y no de la empatía.

Carmen Ferreiro Fernández

Gijón

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