Aunque en toda España se le atribuyan nombres de lo más dispares como agret, agrillo, cebollica o flor de sueño, a esta especie bulbosa de vivos colores amarillentos se la conoce, mayormente, como la vinagrera.

Ramillete de flores de vinagrera, nacidas por la llegada del buen clima.
Se trata de una planta herbácea que goza de una abundante presencia en todas las provincias costeras de la Península Ibérica. Sin embargo, su lugar de origen se sitúa en Sudáfrica y llegó a Europa hacia finales del siglo XIX.
Su adaptación al nuevo clima fue tan buena que hasta llegó a ser considerada una especie invasora, a causa de su rápida expansión. Esto fue porque resultaba dañina para los niveles de biodiversidad, ya que su presencia contribuía a alterar la dinámica dunar de los arenales costeros del país.

Flores de vinagrera de un vivo color amarillento.
Sin embargo, más allá de su mala fama, la vinagrera también favorece numerosos beneficios. Su presencia en ambientes naturales o jardines contribuye a mejorar la porosidad del suelo y de su vida. Del mismo modo, ayuda a aumentar la capacidad de retención del agua por parte de la tierra, lo que desemboca en su mejor optimización y gestión.
Como si no fuera poco, esta flor bulbosa también juega un gran papel en cuanto a la protección de árboles cítricos. Y, además, actúa como un sustituto natural, e igual de efectivo, que los herbicidas químicos. Su uso suele contaminar la tierra y sus acuíferos, por lo que la vinagrera resulta ser más beneficiosa para el ecosistema.

Flor de vinagrera del monasterio de Pedralbes, en Barcelona.
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