* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
En la cima de la Bonaigua, cuando la primavera ya finaliza y quedan solo manchas de nieve en las cumbres, un cañón de nieve artificial permanece inmóvil, como vemos en Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia.
Su estructura amarilla, con forma de turbina, apunta al aire como si esperara instrucciones. Pero no es una máquina de guerra: su función es producir nieve donde ya no nieva con regularidad.
Este tipo de cañones se ha vuelto común en muchas estaciones de esquí. Son una respuesta humana —tecnológica y forzada— a un problema creado por nosotros mismos: el cambio climático. Queremos mantener pistas abiertas cuando el invierno ya no alcanza. Es decir, recurrimos a la maquinaria para simular lo que antes ofrecía la naturaleza. Pero no podemos ignorar el peso del término: cañón. Y aquí empieza el contraste.
Una modesta reflexión: Mientras este aparato en la montaña produce nieve artificial, en otros lugares del mundo los cañones disparan armas reales. El conflicto entre países colindantes, pone en riesgo a millones de personas. No hablamos de cañones para mantener el turismo, sino de armamento con consecuencias humanas y geopolíticas graves.
Mientras este aparato en la montaña produce nieve artificial, en otros lugares del mundo los cañones disparan armas reales
El mismo término —cañón— sirve tanto para hablar de una máquina inofensiva en apariencia como para describir un instrumento de destrucción. Ambos son inventos humanos. Ambos surgen de una lógica de control. En un caso, intentamos controlar el clima para seguir esquiando. En el otro, controlar territorios o amenazas mediante la fuerza.
El problema es más amplio: la especie humana ha aprendido a resolver muchos conflictos —naturales, políticos, económicos— con máquinas que disparan. Aunque cambien de forma, siguen representando una misma actitud: intervenir con fuerza donde algo se nos escapa.
El cañón de nieve en la Bonaigua no hace daño aparente, pero forma parte del mismo impulso de alterar lo natural para nuestros fines. Y aunque no se pueda comparar directamente con un conflicto armado, sí nos hace reflexionar: ¿de verdad creemos que podemos resolver todo con tecnología que sustituye, impone o domina?
El cañón de nieve no hace daño aparente, pero forma parte del mismo impulso de alterar lo natural para nuestros fines
Quizás todavía estamos a tiempo de cambiar el enfoque. Pero no será con más cañones, ni con más parches. Será con decisiones distintas. Menos intervenciones forzadas, más respeto por los límites.

Un cañón de nieve apuntando.
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