Victoria y Alfonso viven en la confluencia del Passeig de Sant Joan con la calle Casp desde los años noventa. Encontraron el piso en las páginas de anuncios de La Vanguardia y se enamoraron de la vivienda amplia y sus cinco balcones. Desde ahí pueden ver al ceibo que se alza enfrente de su edificio, con ramas largas y flores rojas.
El árbol llegó con la reforma del paseo en el 2009, y su supervivencia ha sido, en parte, gracias a los esfuerzos de Alfonso y Jesús, dos vecinos que empezaron a regar el árbol hace años cuando vieron que nadie más lo hacía. El gesto marcó la diferencia, y ahora el suyo es el que más destaca en la manzana. El ceibo lo agradece, sobre todo, en esta época del año con temperaturas tan altas.
Su historia ha salido a la luz gracias a una fotografía compartida por Victoria en Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia, donde dibujamos una imagen de esta iniciativa independiente. Empezando por Jesús y Alfonso, los responsables de regar al ceibo, que está cerca de la plaza Tetuán.
“El poeta se subió, recién llegado, de nuevo. Pero el original soy yo”, bromea Jesús. Estos vecinos, “dos gotas de agua, nunca mejor dicho”, recalca Alfonso –el poeta–, congeniaron a base de coincidir y tropezarse en el ascensor.
A pesar de converger a diario, lo que les unió fue que, cuando el Ayuntamiento plantó este árbol, ambos vecinos vieron las carencias en el cuidado que recibía el ceibo. Alfonso investigó los hábitos de riego que debía recibir, y terminó uniéndose a la misión que empezó Jesús para cuidar el árbol.

Parterre del ceibo de la calle Caspe regado con el agua de los vecinos.
“Es un amigo debajo de casa, como un vecino más”, comenta Victoria sobre el árbol que destaca en el Eixample. Se alegra de que su marido, Alfonso, y su vecino Jesús tengan esta iniciativa, porque ella no ve que nadie más se encargue de regar el ceibo. “Los árboles, que nos dan sombra y que ayudan a que la ciudad respire, también nos hacen la vida mejor. Pero ahora están abandonados bajo el sol”, lamenta.
Las acciones del Ayuntaniento
El Ayuntamiento de Barcelona publicó un informe sobre las acciones para recuperar el arbolado, que están en marcha desde que terminó la última sequía en abril. De acuerdo a los datos, en el primer trimestre del año se plantaron todas las plantas y árboles que no pudieron meses atrás por las restricciones hidráulicas, y ya se ha recuperado un 40% de la vegetación afectada por la sequía.
Sin embargo, Victoria y su marido consideran que las nuevas actuaciones no están adaptadas para atender a las necesidades de la vegetación previa a la sequía.
“Ahora han plantado árboles nuevos que no necesitan tanta agua, pero los viejos sí la necesitan para vivir”, y señalan que, “a no ser que los de Parcs i Jardins vengan a horas raras, yo nunca les veo”.
Aunque los árboles nuevos no necesitan tanta agua; los viejos, sí
Aunque las cifras del Ayuntamiento sobre la recuperación post sequía son buenas, según el informe, no deja de ser un problema que lleva años persiguiendo a la ciudad y, sobre todo, a sus zonas verdes.
Los vecinos de Passeig de Sant Joan han visto con sus propios ojos cómo sus árboles y arbustos sufrían las consecuencias de las repetitivas sequías y cómo el Consistorio no daba abasto.
Desde la reforma de 2009, cuando plantaron ceibos en los cuatro chaflanes de la calle Casp, el único que está boyante y florece cada año “es el nuestro”, señala Alfonso.
El único ceibo que florece es el que riegan y mantienen los vecinos Alfonso y Jesús
De hecho, uno de los cuatro árboles murió el año pasado “y como no hagamos nosotros algo, el destino es el mismo para el resto”. La iniciativa para salvar al ceibo, que empezó siendo independiente, ha evolucionado hasta convertirse en una tradición para Jesús y Alfonso.
Su rutina no pasa desapercibida en el barrio, donde otros residentes y propietarios observan a estos dos señores encargarse personalmente de la supervivencia del ceibo.

Alfonso Alegre y Jesús Carabajosa regando el ceibo del Pg. St. Joan con calle Caspe.
Los vecinos
¿Cómo son Alfonso y Jesús?
“Son de aquí, vienen normalmente al mediodía”, decía un trabajador de La Caixa. “Yo a veces me paro aquí y les veo regando o haciendo fotos”, relata el portero del portal 48. “El señor de blanco es muy amable, siempre nos deja propina”, exclama una dependienta del supermercado. “Van con garrafas y riegan el árbol; son extravagantes, pero nada tontos”, termina un vecino en el Bar Kaiku.
Su actuación, que en otros años se ha hecho incluso desde la clandestinidad, responde al amor especial de estos vecinos por el mundo vegetal.
De los dos vecinos, uno es poeta y el otro fue capitán de barco, pero a pesar de ser diferentes, comparten la convicción de que hay que devolverle la voz a la naturaleza y escucharla. “El misterio de la existencia está en los árboles”, afirma Alfonso.
El misterio de la existencia está en los árboles
Como cuenta el poeta, la gente se enternece al ver a un perro herido, pero ni se inmuta cuando talan un árbol. Sin embargo, tanto él como su mujer creen que, aunque la gente no ame tanto la naturaleza, algo deben intuir de su valor, de lo especial que es.
Por eso, Victoria hace una llamada para que otros ciudadanos sigan el ejemplo y también se responsabilicen de la vegetación que tienen cerca. Y que, por supuesto, las autoridades tomen nota y “den de beber al sediento”.
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