Mongolia, un país de nómadas

La Mirada del Lector

Conocida como el “eterno cielo azul”, es una tierra mítica y legendaria desde los tiempos de Genghis Khan

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Una yurta en el área Altai en Mongolia

SeppFriedhuber / Getty Images

* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

El escritor Stevenson decía en uno de sus libros de viajes: “Viajo por el simple hecho de viajar. Y para poder escribir después sobre ello”. No sé si es exactamente esto lo que me pasa a mí. La verdad es que ya he convertido en una costumbre el hecho de garabatear un montón de escritos de viajes repletos de sensaciones y sentimientos, incluyendo colores, olores y sabores. 

No obstante, me gusta más esta frase de Richard Bach, el de Juan Salvador Gaviota, que dice: “No vuelvas la espalda a los futuros posibles antes de estar seguro de que no tienes nada que aprender de ellos”. Diría que mi cuerpo y mi cerebro necesitan los viajes como el aire que respiro. Opino también como Saramago, quien afirma que la felicidad tiene muchos rostros y que viajar es uno de ellos.

Pues bien, después de escuchar a un conferenciante, viajero avezado y organizador de expediciones por países como Mongolia, me planteé, juntamente con una amiga, el irnos con nuestras respectivas parejas a descubrir este lugar, conocido como el país del “eterno cielo azul”. 

Es una región remota de grandes extensiones, estepas interminables y cielos infinitos, cuna de pueblos nómadas y de multitud de grupos étnicos. Tierra de culturas y religiones que posee una gran variedad de ecosistemas, desde los más áridos desiertos del planeta hasta grandes glaciares que caen de cimas de más de 4.000 metros de altura, pasando por grandes lagos y frondosos bosques de coníferas. 

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Niños mongoles junto a un camello en el desierto de Gobi

hadynyah / Getty Images/iStockphoto

Mongolia es una tierra mítica y legendaria desde los tiempos del famoso Genghis Khan y todavía preserva arraigadas tradiciones. Sin embargo, me di cuenta, por primera vez, a la hora de plantearme este viaje, que mi mente y mi cuerpo ya no están a la altura de determinadas aventuras. Dudo que en este momento de mi vida pudiera prepararme para afrontar los obstáculos mentales de una expedición de estas características. 

No se trata de un viaje turístico. Consiste en explorar, realizando una inmersión cultural, la tierra de los nómadas mongoles de la estepa central, pastores de renos de la taiga y la etnia de los kazajos, cazadores con águilas.

Gracias a la amabilidad del conferenciante-guía de la expedición, he podido viajar virtualmente a través de un vídeo de una hora y leer un PDF de 20 páginas para colmar esa necesidad de descubrir un territorio lejano que, desafortunadamente y debido a las características del viaje, no voy a poder recorrer nunca. 

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Ordeñando a los yaks.

A.Cerra

La parte positiva es que estoy conociendo la vida de los nativos, su adaptación al entorno, su convivencia armónica y en perfecta simbiosis con la naturaleza. Sé que sus tareas diarias consisten en: recoger leña, preparar los alimentos, hacer pan, ordeñar a los renos, usando la leche para obtener mantequilla, queso y yogurt, etc. Soy consciente de que no es lo mismo teorizar que experimentar este desafío en uno de los entornos más hostiles y salvajes del planeta y rodeados por unos paisajes realmente impresionantes. 

Si hay algo en la planificación del viaje que más me llamaba la atención, a la hora de adoptar los hábitos de este pueblo, es poder dormir en “gers” (tiendas tradicionales mongolas), donde los propios nómadas reciben a sus visitantes. Uno de los argumentos que valoré para renunciar a emprender esta aventura fue que la estancia implica ciertas incomodidades motivadas por la escasez de infraestructuras, lo cual suponía adaptarse a ese tipo de limitaciones. 

Los “gers”, también llamados “yurtas”, se construyen con madera y capas de paja y lana para su recubrimiento, que según la estación del año será de distinto grosor. Su estructura está preparada para aguantar el clima en un país que sufre cambios extremos, pudiendo soportar fuertes lluvias, nieve y rachas de viento. Además, son fáciles de calentar y conservan muy bien el calor. Pero lo más sorprendente de todo es que pueden construirse en poco más de una hora.

Seguiría viajando mentalmente, sin tener ninguna duda de que merece la pena adentrarse en esta cultura, a la que se suman las maravillosas estampas de los cambiantes paisajes de Mongolia, que pasan de las verdes llanuras al árido desierto del Gobi.

Finalmente, y siguiendo el modelo con el que he comenzado este texto, quiero añadir una frase que he encontrado en algún sitio y que creo que puede encajar perfectamente con lo que quiero transmitir: “Viajar es recorrer tu vida para encontrarte junto a extraños y darte cuenta que un extraño vive dentro de ti”.

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