* Los autores forman parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Convoco a las musas. No sé si están ociosas o se pasean a destiempo con otros. El caso es que tienen que venir. Es forzoso. Las invoco como tantas veces tocara Manuel la fachada de lo hermoso. En mis manos –o, mejor dicho, en mis dedos- tengo las palabras como el cansado tiene en los ojos al sueño. Tú que me lees, ves ya preciso y escrito lo que tardó un tiempo en florecer. Y es que, los que escribimos, le debemos mucho al gran Manuel. Y los que no lo conocen, han de acercarse a su lumbre, porque el fuego no calienta más que al que a él se arrima, como la luz no alcanza más que al que descorre la cortina.
Manuel nace en Málaga, en 1928, comenzando pronto a destacar en esto de combinar letras con la poesía, un género tan infortunado como glorioso. El verso vino a él y él, por su parte, no lo despidió. A sus veintitres años tuvo lugar su estreno poético. Recibió críticas excelentes con su primer poemario, Manera de Silencio.
Publicó varios cuentos. Dio el salto con red a la prensa nacional dado que lo hizo luego de haberse hecho con un prestigio poético. Aprendió a escribir entre líneas como aprenden los pájaros a posarse en los cables eléctricos: sin electrocutarse.
Busto dedicado al poeta Manuel Alcántara en Estepona.
Coexistió con Franco muchos años sin nombrarlo cuando el general vivía ni cuando se despidió. Don Manuel no fue ni polemista ni sensacionalista. Criticó, cuestionó y opinó con inusitado fundamento, con alegría y con humor, con tanta fina ironía como lluvia de rocío y así pudo decir lo que quiso decir, porque con humor y elegancia se puede decir casi de todo. No obstante, en él estuvieron siempre el respeto, la mirada amigable, la compasión que comprende y comparte, la tolerancia que enlaza y abre. Sus amigos reconocieron la bondad que estuvo en él y la compañía exquisita que les prestó.
No fue ni polemista ni sensacionalista. Criticó, cuestionó y opinó con inusitado fundamento, con alegría y con humor
Escribió el articulista: “Yo sé que las palabras son una cosa muy seria y que nos será tenida en cuenta toda palabra ociosa -según nos advierte San Pablo- pero a mí me gusta, traslándandolo al toreo, hacer la faena en poco terreno”. Manuel pasa por distinos diarios. Permance en ellos el tiempo preciso hasta que la circunstancia hace necesario el cambio. En 1969 compra su casa malagueña en el Rincón de la Victoria.
Manuel dice y sabe que el periodismo es escribir en hojas de otoño pero él no da limosnas al oficio ni cede al insistente cansancio y produce miles de artículos en las cuales no falta el ritmo chispeante, el humor generoso, el aroma de la risueña poesía y la feliz condensación del lenguaje. Le gusta el boxeo y nos gana cuando quiere por puntos o nos derriba otras muchas veces por ko.
Versos del poeta Manuel Alcántara.
Si alguna vez asoma la pena en sus escritos, el humor la mitiga y la aceptación sabia la desvanece. La única tragedia es perder la risa y él la mantiene con vigor. No es sombrío, luz de noble sombra, e incluso cuando despide a algún amigo que cierra el telón de su vida sabe hermosamente celebrar lo vivido.
Le gusta el boxeo y nos gana cuando quiere por puntos o nos derriba otras muchas veces por ko
Tampoco cansa, jamás lo hace, ya que sabe y refiere que no “hay que aburrir ni a Dios sobre todas las cosas”, que no se le debe dar la tarde a nadie. El mar le relaja e hipnotiza. Y las olas parecen estar siempre a su vera, dispuestas y cambiantes, diferentes y azules pero acaso siempre las mismas. En 1995 se escribe la primera tesis doctoral sobre su obra articulística.
Depuró su estilo, el cual tiene tan abundante como los gatos. Lo refinó y precisó y lo hizo brillar como un sol que espera su turno para darle la orientación a un distraído girasol. Es tan gracioso, tan imprevisible en esto de la risa, que a menudo no da tiempo a reponerse de un golpe cuando nos asesta otro mejor. Sus escritos iniciales eran más densos de pensamiento y menos coloridos. Evoluciona favorable, progresiva y continuamente y se hace cada día más refinado en esto de darle un mejor traje a sus palabras. Ya en los años noventa su prosa llega hasta lo danzante, con su latir ingenioso donde brilla sin pares. Escribe Manuel: “nunca he podido comerme un higo chumbo pero admiro a quien lo hace”.
Manuel -señala- que no suele releerse porque sucede que no figura entre sus escritores favoritos. Es enormemente difícil y meritorio gastar tanto humor y tocar tantos temas en millares de artículos sin desfallecer y resguardando regularmente el sello de calidad. Se dice que un escritor escribe siempre el mismo libro pero con variaciones. Manuel tiene tanta mano que en ella le caben los pájaros y las canciones, el mismo aire y hasta los confiados gorriones.
Es, sin embargo, recurrente el tema de la muerte, la cual se asoma sin conseguir jamás acorralarlo del todo, ya que él sostiene que respecto al tema de la parca “todo proviene del infundando temor de considerar a la muerte como un mal, cosa todavía no demostrada”.
Manuel, humilde, afirma que lo único que ha conseguido en su vida es levantarse a la hora que quería y no tener jefe; si bien fue infatigable en su quehacer, alumbrando con constancia páginas y páginas brillantes. Se derramó extrañamente sin quedarle seco el ingenio, sabiendo quizás que la lluvia se ausenta un tiempo pero jamás abandona al que la espera definitivamente.
Manuel, humilde, afirmó que lo único que ha conseguido en su vida es levantarse a la hora que quería y no tener jefe
Hablemos ahora un poco de su poesía. Él decía que sabía cuando un escritor no lee poesía porque se le notaba en seguida. Su poesía está amparada por una mañana clara sin promesa cierta de terminación. Es, en este terrerno, tan personal y tan excelente como en sus artículos. Su liríca está sembrada por la ocurrencia y ajustada al cinto en la pintura y el ritmo. Él llevó la palabra tan a mano como el más hábil, mostrándose tan sorprendente e inesperado como el más reputado espadachín.
La voz del poeta Manuel Alcántara.
Manuel lee atenta y conciezudamente tanto los períódicos -que estudiaba rotulador en mano- como a los grandes autores de la literatura hasta que, por el oficio de su inseparable Olivetti, se fue convirtiendo por mérito propio en uno de ellos. Nos dice cosas como que “el mar tiene un dolor de tierra adentro”o que “amar son cercanías de uno mismo” No perdona la risa ni la alegría, ni el vino o el Dry Martini que siempre subo beber con moderación y nos cuenta que “tumbarse a ver qué pasa, eso es lo suyo”.
Da la impresión que Don Manuel es un bohemio por su gusto en no despertar con la costumbre temprana de los gallos, ya que nos dice que “el espectaculo del amanacer lo vería si ocurriese a horas más razonables”.
Su poesía está amparada por una mañana clara sin promesa cierta de terminación
La melancolía de Manuel es tan alegre que no consigue ponerse del todo triste. Dejó escrito nuestro poeta que “vivir se va quedando sin campanas/la esperanza no tiene qué ponerse/ni la muerte un lugar donde caerse/¿Quíen le cerró a la vida las ventanas?”.
También nuestro maestro tiene un tiempo para el amor y las dulzuras y escribe cosas como “Y comprobarte y ver si sigues siendo como yo te sé”.
Recibió muchos premios. Se ganó muchos amigos y lectores . Dejó un vacio en el papel periodístico que aún no ha sido llenado. Quien reconozca el jamón por encima de la hamburguesa tendrá paladar para palpar la sencillez de su estilo fresco y danzarino, con sus golpes de humor, su ironía sin fin y su amor a rebosar.
Mientras alumbre la inteligencia y se abran las alas al vuelo de lo extraordinaio, seres como Don Manuel seguirán siendo -como dijera sobre los periodistas Gerardo Diego- salvadores de instantes, pues quienes abrazan la esencia de lo humano se hacen del todo imprescindibles y por ello: sumamente imperecederos.
Gracias, eternamente gracias, Don Manuel.
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