* El autor forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian
Empezaré con una cita del escritor romántico ruso Mijaíl Lérmontov (1814 - 1841), el llamado “poeta del Cáucaso”, quien describía así su país: “No me preguntes por qué pero he de amar el frío silencio de sus campos, sus sombríos bosques, mecidos por el viento, sus caudalosos ríos como mares”.
En el magnífico mercado dominical de Sant Antoni de Barcelona pueden aparecer pepitas de oro disfrazadas de libros. El recuerdo de la aldea rusa es un bello ejemplo de ello. Está escrito por Catherine de Hüeck Doherty, una mujer con fibra especial en su corazón y en su pluma, que recuerda su aldea natal en las estepas rusas donde discurrió su infancia.
Catherine de Hueck Doherty (Novgorod, Rusia, 1896 - Combermere, Canadá, 1985) fue una aristócrata que huyó de la revolución rusa y llegó a Canadá. El recuerdo de la vida en la Rusia con su profunda fe ortodoxa y su sentido de comunidad (conocido como sobornost), fue fundamental en su desarrollo espiritual.
Catherine Doherty, en 1970.
Catherine también fue una prolífica escritora de cientos de artículos, una autora de docenas de libros, una renombrada conferenciante y una pionera muy activa y entregada en temas de justicia social y atención a los mas necesitados.
Durante la Gran Depresión americana fundó Friendship House que atendió a los pobres de Toronto. También estuvo en el Harlem de Nueva York para atender necesidades de la comunidad negra local. En la Primera Guerra Mundial ejerció como enfermera. En Ontario desarrolló el Apostolado de Madona House una comunidad católica de laicos, laicas y sacerdotes.
En respuesta a los dilemas del mundo occidental, introdujo el concepto de poustinia (palabra rusa para designar “desierto” o ermita), un lugar simple y apartado para la soledad, la oración y el ayuno, directamente inspirado en la espiritualidad de su pasado ruso.
Recuerdos de la aldea rusa
Bosque de abedules, 1885-1889, obra del pintor ruso Isaak Levitán.
En sus memorias de Rusia habla de su infancia rodeada de torrentes azulados y los abedules que parecen bailarinas esperando la señal del director del ballet para salir a escena. Nada existe más bello que las raíces en un pueblo, decía Máximo Palacio.
La aldea, con sus viejas normas, sus bardos, su vida artesana y cultural, incluía la elaboración del pan todos los viernes y la justa distribución de la tierra constituía la célula, el corazón y la fuerza de Rusia.
Llora recordando el día de san Juan con la tradición de las hogueras. Las muchachas tejían guirnaldas con las flores de la estación, las llevaban al río más próximo y las echaban al agua recitando versos antiguos. Las flores que flotaban más tiempo en el agua aseguraban matrimonio.
Nenúfares, 1895, de Isaak Levitán.
El día de la Santísima Trinidad (siete días después del domingo de Pentecostés) era el día del abedul. Los jóvenes se reunían al atardecer. El árbol escogido se adornaba con cintas y se bailaba alrededor. De cuando en cuando se permitía a los jóvenes coger una cinta y formar pareja con la muchacha a quien pertenecía. Así nacían romances. Así el abedul se convirtió en el árbol nacional ruso.
Recuerda la escritora las plantas de efectos maravillosos como el capuchino que alivia el corazón, el campanario para afecciones de la garganta y el cardo santo para calmar la fiebre.
Otoño dorado, 1895, obra del pintor ruso Isaak Ilich Levitán.
Cada familia de la aldea poseía su propia parcela pero existía una tierra comunal que se repartía cada año según las necesidades y el número de miembros de la familia. Algunos migraban y ya no regresaban.En este caso se borraban sus nombres y estos lotes contribuían a dar sustento a los que regresaban tras no haber triunfado en tierras lejanas o en la gran ciudad. Siempre podían volver a casa y cultivar la tierra los hijos de la aldea que un día salieron fuera.
Emocionantes palabras las de Catherine de Hüeck. La infancia es la patria de todos los sueños, decía Rilke.
Crepúsculo, 1900, obra de Isaak Levitán.
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