Maya Siminovich
Tel Aviv, 12 sep (EFE).- Si bien el consenso es que los acuerdos de Oslo fueron un punto de partida para la solución del conflicto israelo-palestino que no prosperó, 25 años después los israelíes no tienen una opinión anuente sobre qué supusieron en realidad.
Los más jóvenes de entre los consultados por Efe se muestran distantes y en muchos casos ignorantes de lo que se firmó en Washington en 1993 y en Taba en 1995, el conocido como Proceso de Oslo.
"Es una negociación entre israelíes y palestinos que entiendo que no acabó bien, por como van las cosas hoy, pero la verdad es que no conozco los detalles", confiesa Liron, una estudiante de magisterio de 23 años.
En 1992 comenzaron unas discretas conversaciones entre diplomáticos israelíes y palestinos que culminaron, tras agónicas negociaciones en hoteles y oficinas, en la firma pública de los ahora conocidos como acuerdos de Oslo I, en 1993, y Oslo II, en 1995, entre Yaser Arafat, secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Isaac Rabin, primer ministro israelí y Simón Pérez, su ministro de Asuntos Exteriores.
Lo que pasó en Oslo I fue nada más y nada menos que el reconocimiento formal mutuo de los enemigos enconados y el acuerdo de que solo negociaciones bilaterales podrían conducir a la creación de un Estado palestino.
"¿Ah, si?, pensé que eso había sido resuelto antes", contesta a Efe Uri, estudiante universitario de económicas. "Desde que nací, siempre estamos en negociaciones con los palestinos, o esa es la sensación que me da".
Rivka Greenbaum, una exmilitante del extinto partido trotskista Matzpen (Brújula, en hebreo), de 72 años, señala precisamente lo contrario: "Oslo y el reconocimiento mutuo fue increíble, ¡si yo durante mis años universitarios estuve en la cárcel por haberme reunido con palestinos!".
Pero para los estudiantes de 2018, Olso es algo pasado, según Uriel Abulof, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv. "Es prehistoria, un resto arqueológico que enseñamos en las universidades", insiste.
Si bien las conversaciones políticas entre israelíes y palestinos ya no son ilegales, aunque sigan siendo en gran medida improductivas, puede que se hayan convertido en un cliché del que parte de la ciudadanía, la políticamente menos implicada, está inmunizada.
Pero solo parte.
"Yo creo que Oslo fue un muy buen comienzo para el proceso de paz que tanto ansiábamos, pero lo truncó el asesinato de Rabin", explica Orna Melamed, una abogada de 52 años.
Se acordó que la OLP renunciaría a las armas y se crearía la Autoridad Nacional Palestina (ANP), embrión del futuro Estado palestino y su gobierno provisional, y que en los siguientes cinco años se resolverían los demás conflictos entre ambas partes.
"Había mucha buena voluntad entre nosotros y los palestinos", rememar Ilan Baruch a Efe, uno de los presentes en la firma de Oslo I, el entonces director del Departamento de la Autoridad Palestina del Ministerio de Exteriores israelí.
"Pero las fuerzas en contra de esta iniciativa eran muy potentes, los colonos judíos y Hamás", lamenta el diplomático.
Poco tiempo después de la euforia por el incipiente entendimiento, estalló la segunda Intifada y sucedió el magnicidio de Rabin, cuando un extremista judío le disparó tras un multitudinario acto público pacifista en Tel Aviv.
Los acuerdos provisionales de Oslo duran ya 25 años, los israelíes nunca dejaron de construir asentamientos en territorio ocupado y los palestinos no cejaron en la lucha.
A juicio del profesor Abulof, el fracaso de Oslo se basa en que se edificó sobre la narrativa convencional del conflicto como asimétrico, con el lado israelí como fuerte y el lado palestino como débil.
"Desde el punto de vista moral, el conflicto es simétrico, son dos movimientos nacionalistas luchando por su territorio", explica Abulof.
"Pero la asimetría subjetiva que no se vio en Oslo es fundamental: el gigante Israel tiene un terror existencial, no retórico, ¿qué país con capacidad atómica se comporta así, con miedo de su sombra, Irán, palestinos, antisemitismo?", agrega.
Mientras que el lado palestino, según este profesor, tiene una seguridad en si mismo y en su causa anticolonialista desconocida en el público y políticos israelíes.
"Para mi, Oslo fue la esperanza de dejar de vivir en un país colonialista, y que mis hijos no tuvieran que verse en la situación de tomar las armas para defender lo indefendible", lamenta Roni Aluf, de 46 años, quien añade que "es un enigma para mi el por qué las decisiones políticas se inclinaron hacia lo peor para los dos pueblos". EFE
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