Para no extirpar el tumor de su estructura B, ERC sigue avanzando hacia un dilema: cinismo o purga. El papel del culto a la personalidad en esta crisis también se maquilla en nombre de un bien superior que, al grito de “Hay que recoser el partido”, devalúa sus principios. La segunda vuelta de la votación del Congreso de ERC, ganada por Oriol Junqueras por 600 votos de diferencia, alimenta la paradoja. Es una paradoja tácita en la que muchos de los medios de comunicación con capacidad de influir en el mundo independentista no pueden disimular cierta decepción por el resultado.
La elocuencia ungida de Junqueras es uno de los factores que frena la confianza, mediática y militante, a fondo perdido. Durante años, los medios han halagado a Junqueras por su original repertorio temático, su erudición pirotécnica y una misericordia cristiana a años luz de la sosez de los portavoces de los partidos. Entrevistado por Roger Escapa (Catalunya Ràdio) y Xavi Bundó (RAC1), Xavier Godàs avisa que el partido no se puede convertir en una parroquia autorreferencial y que “es más importante no romper que recoser”. Pero volvamos al flashback : las semanas previas al 1-O, Junqueras empezó a perder adeptos entre los mismos que lo habían hipertrofiado cuando, sin abandonar su incontinencia dialéctica, fue altivamente ambiguo y voluble al concretar las estructuras de estado y aclarar dudas elementales. Seducido por el vértigo de los pedestales, Junqueras olvidó la máxima de Joan Brossa: el pedestal son los zapatos.
Junqueras antepuso el factor humano como única salida de supervivencia
Injustamente o no, la elocuencia degeneró en verborrea. El drama de la cárcel acabó de enturbiar este idilio con los medios y, como agravio comparativo, con la parroquia meta-autorreferencial de Junts. Lógicamente, Junqueras antepuso el factor humano como única salida de supervivencia. Un factor humano que el partido quiso explotar como tótem de la resistencia, pero que unía el destino de Junqueras al de la gentuza que, amparada por la muy puñetera estructura dirigente de ERC, actuaba como laboratorio, aún impune, de ideas pestilentes.

Oriol Junqueras, ganador de la segunda vuelta de la votación del Congreso de ERC
En el Cafè d’idees (La 2, Ràdio 4), la diputada Teresa Jordà, de la candidatura perdedora, reivindica el encanto del debate político y, contra la tendencia general, define el proceso como “muy chulo”. La franqueza de Jordà es analgésica. Admite que, con esta escenificación de las miserias, ERC ha perdido la oportunidad de reforzar su republicanismo y, guste o no, ha contribuido a la desafección política que vive el país. Al mismo tiempo, Jordà lamenta las heridas provocadas por, dice, “el veneno de las redes sociales”. Es una constante: quejarse de la toxicidad de las redes y, al mismo tiempo, no admitir la dependencia de ellas. Una dependencia que, en el ámbito político, tiene más de cloaca emocional y coartada de mediocridades que de instrumento al servicio del debate, del progreso, del servicio público, del libre intercambio de ideas, de la creatividad espontánea y de un sentido crítico anárquicamente comunitario.