Europa, seguridad y sentido común

Europa, seguridad y sentido común
Vicepresidente del Parlamento Europeo

La guerra en Ucrania ha dinamitado la arquitectura de seguridad que Europa creyó inquebrantable. A su vez, el compromiso de Estados Unidos con el paraguas atlántico ya no puede darse por supuesto. El mundo se ha vuelto más volátil, y los ataques híbridos —que socavan nuestras democracias desde dentro— se suman a la inestabilidad crónica en Oriente Medio. En este contexto, resulta legítimo, incluso imprescindible, abrir un debate sereno y estratégico sobre cómo Europa debe asumir su propia seguridad.

Pero conviene evitar la sobreactuación. Cuando se trata de decisiones de semejante calado, la teatralización política no solo es estéril, sino peligrosa. No necesitamos gestos grandilocuentes sino dirección estratégica.

La reciente propuesta —presentada con un claro aroma a gesto para contentar a Washington— de que los países de la OTAN destinen un 5% del PIB al gasto en defensa encarna esta lógica de lo simbólico sobre lo eficaz. Se trata de una cifra arbitraria, convertida en fetiche político sin anclaje en una evaluación seria de capacidades, necesidades o eficiencia. Europa no puede dejarse arrastrar por los arrebatos de la política americana, ni asumir recetas impuestas desde fuera sin reflexión propia.

Lo que Europa necesita no es una carrera armamentística, sino una política común de defensa digna de tal nombre

Lo que necesitamos, tanto en la UE como en la OTAN, es planificación estratégica a largo plazo. Lo que Europa necesita no es una carrera armamentística, sino una política común de defensa digna de tal nombre. Invertir mejor, no simplemente gastar más. Y hacerlo con instrumentos financieros europeos propios que permitan consolidar una base industrial propia fuerte, competitiva, que genere empleo y reduzca nuestras dependencias.

Europa no está quieta. Desde la Capacidad de Despliegue Rápido hasta programas como EDIRPA, EDIP o el Acta de Producción de Municiones (ASAP), la UE ha puesto en marcha una serie de herramientas concretas para reforzar sus capacidades. El reciente anteproyecto de “ómnibus de defensa” busca justamente eso: simplificar, integrar, eliminar trabas. Estas son las claves del futuro: desarrollar una industria estratégica europea, aprovechar las economías de escala, europeizar el gasto en seguridad.

España ha entendido este desafío y ha actuado. Bajo los gobiernos de Pedro Sánchez, el gasto en defensa ha aumentado un 30%, camino del 2% del PIB este mismo 2025. Frente a las críticas de quienes hoy se rasgan las vestiduras, conviene recordar que durante los gobiernos del Partido Popular —y pese al compromiso adquirido en la Cumbre de la OTAN en Gales de 2014— el gasto no superó el exiguo 1%.

Para dar el verdadero salto cualitativo, Europa necesita un instrumento financiero común respaldado por deuda compartida.

El acuerdo alcanzado entre el presidente Sánchez y el secretario general de la OTAN representa un doble acierto: garantiza el refuerzo de capacidades exigido por la Alianza y, a la vez, preserva un enfoque flexible y racional del gasto. España se compromete sin reservas a modernizar y ampliar sus capacidades, pero lo hace con autonomía, sentido común y un camino propio. Una victoria política y diplomática incuestionable.

Pero para dar el verdadero salto cualitativo, Europa necesita un paso más: un instrumento financiero común respaldado por deuda compartida. Las razones son obvias: ni todas las industrias están igual de preparadas, ni todas las economías tienen el mismo margen fiscal. Pretender que cada Estado miembro afronte en solitario este desafío es condenarlo al fracaso. La defensa común no puede depender solo del músculo de unos pocos.

Haber aceptado sin rechistar la imposición del 5% hubiera sido un error de proporciones históricas. Inasumible en lo económico, irrealizable en lo técnico e insostenible en lo social. En un momento en que muchas familias enfrentan dificultades crecientes, poner en riesgo el Estado del bienestar para satisfacer impulsos ajenos habría sido un suicidio político. Y un regalo para los fuerzas extremistas y ultras.

Hemos esquivado por los pelos un golpe que habría hipotecado una década de políticas públicas. Y en más de una capital europea, se celebra en voz baja mientras se observa con atención el camino que ha trazado España. Porque Europa necesita algo más que gestos: necesita una brújula.

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