Más que un gesto

Opinión

No es poca cosa. Salvador Illa ha acabado haciendo lo que muchos no esperaban: se sentó con Carles Puigdemont en Bruselas. Un gesto cargado de simbolismo, de riesgos y de consecuencias. No parecía plato de su gusto. Tampoco parecía estar en su agenda cuando aterrizó en la presidencia de la Generalitat. Pero el momento terminó llegando. Y ha sucedido porque, como su gran referente, Pedro Sánchez, Illa ha vuelto a saber hacer de la necesidad virtud.

No estaba obligado. Podría haber jugado a dejar pasar el tiempo, a esconderse tras la retórica del diálogo sin ponerle cuerpo ni mirada. Pero lo ha hecho. Con desgaste ante una parte del electorado que tampoco puede obviarse, con críticas pretendidamente patrióticas desde el flanco más españolista, y con recelos evidentes desde el campo independentista. Para unos, un movimiento inaceptable. Para otros, insuficiente. Pero, para una mayoría de ciudadanos catalanes, seguramente era un paso necesario para empezar a sacar nuestra política del bucle.

Foto de la reunión entre Salvador Illa y Carles Puigdemont

Salvador Illa y  Carles Puigdemont en la reunión celebrada en Bruselas t

Simon Wohlfahrt / AFP

Ni la visita de Illa a Puigdemont ni la Diada pueden quedarse solo en un gesto

El president sabe que no basta. Lo admitía en la entrevista de este domingo con Jordi Juan en Guyana Guardian . Allí dejaba claro que está dispuesto a llegar hasta el final en el camino de la amnistía. Que Puigdemont debe poder volver, y que Junqueras debe poder aspirar a ser candidato. Palabras contundentes que requieren concreción a la altura.

¿Hasta dónde llega ese “hasta el final”? ¿Cuál es el límite real de ese compromiso? Illa no puede esperar que el tiempo, o el final de la legislatura española, resuelva lo que él mismo ya reconoce como la evidente anormalidad del escenario actual.

Por tanto, el gesto de Bruselas es importante, pero no puede quedarse ahí. Del mismo modo que la Diada de este jueves no puede reducirse a un ritual simbólico. Si la política catalana quiere recuperar centralidad y ambición, debe ir más allá de la liturgia, de las fotos y de los titulares. Necesita marcar un horizonte. No solo en el terreno del día a día gubernamental, sino en una reconstrucción nacional capaz de proyectar normalidad y autoestima al conjunto de los catalanes.

Como Ariadna con su hilo en el mítico laberinto del Minotauro, Illa sabe que no basta con el coraje para enfrentarse a circuitos aparentemente cerrados. Hace falta dejar un rastro claro que guíe una salida colectiva, porque sin hilo conductor, el gesto podría perderse en el actual embrollo en el que todos seguimos atrapados.

Ese es el reto de Illa. Y no tendrá que afrontarlo en solitario. La competencia política, la de verdad, la que va más allá del ruido, se medirá en quién sea capaz de disputarle el liderazgo en la construcción del país que debe llevar hacia una verdadera “normalidad” y pilotarla. Y eso debe suceder antes de las próximas elecciones catalanas, cuando se evaluará.

Pero ahora el terreno de juego ya empieza a ser otro. Y el primer movimiento lo ha hecho Illa. Más que un gesto. Una apuesta. ¿Cuál será la de los demás? Atentos a los discursos de la Diada y a lo que de ellos se derive sobre el terreno a partir de ahora, por acción u omisión.

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