El supremacismo podemita

Mar de Fondo

La legislatura española es en estos momentos lo que antes, cuando el lenguaje no estaba obligado a pasar por la pulidora de la ofensa, se conocía como una merienda de negros. Quedan migas por repartir. Pero en el horizonte asoman unas elecciones para las que toman ya sin disimulo posiciones los actores principales y los secundarios.

Quien con más saña se apunta al bombardeo es Podemos. A los pequeños es sabido que les conviene tener mala uva para asomar la cabeza. A mayor enanismo, más griterío. Hay que alzarse sobre las puntas de los pies para ganar altura y que a uno se lo escuche.

Resulta más honesta la posición de la derecha y de la ultraderecha que la de Podemos

Los morados no dejan títere con cabeza. Sánchez es un señor de la guerra a pesar de la máxima teatralización que se gasta el presidente con el drama palestino, los de Sumar unos flojos y a partir de ahí, para ellos, todo es facherío fascistoide. O casi.

Al dueto Ione Belarra-Irene Montero, y al compositor Pablo Iglesias, hay que darles de comer aparte. Ayer interpretaron de nuevo su pieza preferida de los últimos tiempos. Acusar de racismo a los Mossos d’Esquadra, a Junts y, por defecto, a cualquiera que piense que la inmigración exige mayor severidad en el control de los flujos de llegada y más exigencias de integración a los venidos.

MADRID, 17/09/2025.- La diputada de Podemos, Ione Belarra durante la sesión de control celebrada, este miércoles, en el Congreso de los Diputados. EFE/ J.J. Guillén

Ione Belarra, esta semana en el Congreso

J. J. Guillén / EFE

Podemos ha reiterado su negativa a votar el martes a favor de la norma que debería hacer posible la cesión de algunas competencias de gestión de la inmigración a la Generalitat de Catalunya. Fue este un acuerdo esencial entre Junts y el PSOE para salvar en su día in extremis uno de los decretos ómnibus de Pedro Sánchez nada más iniciarse la legislatura.

La negativa de Podemos hará imposible su cumplimiento y añade más incertidumbre a la legislatura, aunque Pedro Sánchez siempre podrá decir que no ha sido culpa suya. Pero más allá del impacto que la decisión de Podemos pueda tener en la envenenada telaraña de relaciones que han convertido la legislatura en un enfermo que roza la muerte cerebral interesa, por la gravedad de lo dicho, centrarse en los motivos que aducen los morados para negarse a votar a favor de la transferencia de competencias de gestión de la inmigración a la Generalitat.

El argumento principal es que se aprovecharán estas nuevas competencias para el desarrollo de políticas racistas y que se contará para ello con la colaboración de los Mossos d’Esquadra que, según continua el argumentario, es también una policía racista.

El fundamento para afirmar sin enrojecer tamaña barbaridad es que quien ha exigido la competencia es Junts que, sintiéndose amenazado por Aliança Catalana, quiere impulsar políticas contra la inmigración desde la Generalitat. Olvidan, entre otros detalles, que Junts no gobierna en Catalunya.

Esta motivación de voto por parte de Podemos muestra su verdadera cara, que es el rostro del autoritarismo que como es sabido también anida en la izquierda. Las cosas solo son buenas si las protagonizo yo o quienes piensan como yo. Su supuesto talante descentralizador no es hacia los territorios sino en función de las ideologías. Si eres azul no mereces una competencia, si eres rojo, quizás, si eres rojísimo, adelante. Resulta extraño que con tantos teóricos, académicos e intelectuales como tiene Podemos en sus filas, no sean capaces de desarrollar algo más sólido que esta bazofia argumentativa para defender su posición en una votación.

Resulta mucho más honesta la posición de la derecha y de la ultraderecha que la de Podemos. Los argumentos del PP y Vox para nuevas concesiones competenciales responden al menos a una visión determinada del Estado y al hecho de dar por finalizado el proceso de descentralización (los primeros) o a la voluntad de revertirlo (los segundos). Lo de Podemos es otra cosa. Es negar una competencia a una comunidad simplemente por considerar que no la desplegará atendiendo al único programa que ellos consideran legítimo: el suyo. Gabriel Rufián ha acertado censurando en esta ocasión a sus amigos íntimos podemitas. Y también la clavó Puigdemont hace unos meses, cuando acusó a Belarra de supremacista por insistir en la acusación de racismo a los junteros y a los mossos. Efectivamente, ideológicamente lo son.

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