El 1 de febrero de 1939, el plazo límite anual que el reglamento del Premio Nobel de la Paz marca para nominar candidatos, el parlamentario sueco Erik Brandt retiró la candidatura de Adolf Hitler. El socialdemócrata lo había nominado para protestar por su política racial y expansionista. Para entonces, el Führer había endurecido las leyes contra los judíos, anexionado Austria, ocupado los Sudetes y estaba a las puertas de invadir Checoslovaquia. De no haber caído mal la broma al Comité noruego, Hitler podría haber obtenido el galardón justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El presidente Donald Trump se postula para el Nobel de la Paz
En 1945, un exmiembro del Comité y exministro de exteriores noruego, Halvdan Koth, planteó la adecuación de Iósif Stalin para el premio por sus esfuerzos en terminar la contienda mundial. En 1948, un profesor universitario checo, Wlasdislav Rieger, nominó de nuevo al líder soviético. El archivo del Nobel de la Paz da para muchas horas de diversión. El jurista francés Gilbert Gidel y un puñado de letrados alemanes tuvieron la magnífica idea de sugerir a Benito Mussolini en 1935. El fascismo se habría así casi elevado a religión. El zar de Rusia, Nicolás II, fue propuesto para el galardón en 1901 por su “intento de limitar la militarización excesiva”. De haberlo recibido, los millones de siervos que malvivían bajo su yugo lo hubiesen celebrado a lo grande. También fueron propuestos Harry S. Truman (el mandatario norteamericano que autorizó el lanzamiento de las bombas atómicas) y Neville Chamberlain (el apaciguador británico de Hitler en Múnich).
Hitler podría haber obtenido el galardón justo al inicio de la II Guerra Mundial
Nominar al Nobel de la Paz es cosa de unos perfiles profesionales muy concretos, pero basta con tener una ocurrencia y escribir al Comité para ello. Nuestros estimados dictadores, Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco, no tuvieron la dicha que nadie diera el paso. En cambio, a Alfonso XIII, por ejemplo, lo propusieron en 1917, el año de una de las mayores crisis políticas y socioeconómicas españolas contemporáneas, por su labor humanitaria durante la Primera Guerra Mundial, y en 1933, cuando ya vivía exiliado.
En ocasiones, unir un perfil como el de Barack Obama a la paz aparece como disfuncional porque se premia más el humo de la esperanza, que la tangibilidad de los hechos. Hay galardonados, muchísimos, a los que apenas se recuerda. El británico Philip Noel-Baker (1959), el belga George Pire (1958), el canadiense Lester Bowles Pearson (1957) y años en que el premio no se ha otorgado, 1939-1943, 1948, 1955-1956, entre otros. También hay figuras que no lo obtuvieron, pese a ser nominadas en repetidas ocasiones. En su momento, no se rían, el Comité consideró que “no había candidato adecuado”. Sucedió con Mahatma Gandhi y Pau Casals. Nombres que todavía hoy vienen a la mente cuando se habla de paz. Tampoco es casual. Los verdaderos acreedores del galardón no participan del mercadeo político para conseguirlo. Ni lo necesitan, ni lo piden. Preguntado por ello, el violoncelista catalán lo dejó claro, “me resultaría penoso hacerlo”.