El PSOE entra en modo resistencia

El PSOE entra en modo resistencia
News Correspondent

Diríase que todo se desmorona alrededor de Pedro Sánchez. Tres personas de su círculo más estrecho han tenido que dejar sus puestos por corrupción o acusaciones de acoso sexual. Son tres figuras que tuvieron un papel relevante en su trayectoria desde que ganó las primarias. ¿Está perdiendo el presidente el control del partido?

Ni siquiera algunas voces socialistas molestas con el protagonismo que Sánchez dio en su día a José Luis Ábalos, a Santos Cerdán o a Francisco Salazar responden a esa pregunta con un sí. Sánchez no solo controla a su formación, sino que está dando todos los pasos necesarios para seguir haciéndolo en el futuro. La disidencia interna no preocupa al presidente, pero sí se da una imagen de descomposición que puede desmo­vilizar­ al electorado socialista, en especial al voto femenino. Las mujeres fueron decisivas en el 2023­ para el Gobierno progresista.­ El liderazgo no se discute, pero el PSOE emite señales de des­gaste.

El partido emite señales de desgaste, aunque su líder se mueve para mantener el control

Dicen que las revoluciones devoran a sus hijos. Salvando el cariz dramático del aserto, algo así ha ocurrido con los protagonistas del intenso cambio que supuso para el PSOE la llegada de Sánchez a la secretaría general en contra del establishment del partido. Tras resurgir de sus cenizas, él y su equipo tomaron todo el poder. De la camada que le aupó quedan pocos. Es innegable su capacidad de regeneración, sea voluntaria o forzada por revelaciones inconvenientes como le ocurre ahora.

Que dos secretarios de organización estén inmersos en causas por corrupción es ya un varapalo. Si se añade la sensación de que la bandera de la igualdad es una hipocresía, el desastre es mayor. Todos los partidos cuentan con casos de este tipo, pero no a todas les afecta igual. Alberto Núñez Feijóo acaricia la desmovilización de las mujeres que votan socialista.

El PP ha empezado a atacar a María Jesús Montero como vicesecretaria del partido por no investigar las denuncias contra Salazar. Sánchez se situó él mismo como cortafuegos esta semana al señalar que asumía “en primera persona” los errores cometidos, tratando de proteger a Montero y también a la secretaria de organización, Rebeca Torró, que apenas lleva cinco meses en el cargo. Salazar iba a ser el número dos de Torró cuando saltaron a la luz las denuncias y se le apartó de la Moncloa y dejó de ser militante. Para el PP, salpicar a Montero sería un filón, ya que es la candidata a la Junta de Anda­lucía.

El relevo de Cerdán por Torró se hizo en julio deprisa y corriendo al conocerse el demoledor informe de la OCU. Sánchez barajó muy seriamente situar a alguien del PSC en ese puesto. Salvador Illa no lo veía claro, aunque manifestó su disposición a ayudarle si lo veía como única salida. Para el PSC habría supuesto ganar poder, pero perder independencia.

Pero los problemas de Ferraz vienen de lejos. Quizá el primer síntoma público fue la marcha de Adriana Lastra, que tenía su raíz en las pugnas internas. Lastra no consiguió o no le dejaron hacerse con el partido. Sí lo lograron Ábalos o Cerdán, con nefastas consecuencias. Ayer fue detenida Leire Díez, conectada con Cerdán.

El presidente controla el partido. Nadie se atreve a cuestionarle, salvo Felipe González o Emiliano García-Page. Eso no significa que no haya movimientos. Algunos ministros albergan legítimas aspiraciones sucesorias, aunque sean fieles al líder. Pero el gran poder en el PSOE lo tienen las federaciones territoriales. Por eso Sánchez envía a sus peones a Andalucía, Aragón, Madrid y la Comunidad Valenciana. Con las baronías y el grupo parlamentario, tratará de impedir, si se diera el caso, un apoyo del PSOE a Feijóo. “No es no” de nuevo. Si las revoluciones devoran a sus hijos, la que abanderó Sánchez en su día se ha merendado a un plantel de vástagos, pero el líder no está dispuesto a que se trague su impronta.

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