Compareció el lunes el presidente del Gobierno con la zanahoria del bono de transporte. El recurso a la dádiva es un clásico de la política para escapar de situaciones comprometidas. También lo son los acuerdos con los funcionarios en forma de incrementos de salario. Y a la subida del 11% en cuatro años alcanzada con los trabajadores públicos se refirió el presidente.
Luego, viendo que tanta bondad por su parte no era apreciada por los informadores, que insistían en otras cuestiones, el presidente simuló un bostezo y riñó a los asistentes por no pedir las dos orejas y el rabo para su Gobierno. ¿Qué impulso necesita este Gobierno?, preguntó. ¿No es suficiente con viajar a mitad de precio en tren? ¿No hay que celebrar el acuerdo salarial en la función pública? Ya ven, se enfadó el presidente porque no se le valora lo suficiente.
El avance de las investigaciones solo marcará la rapidez de lo inevitable
Tuvo el presidente un mal día. Descubrió que la mirada sobre él ya no es la que era. Las misma comparecencia le hubiese valido hace un tiempo un sinfín de parabienes. ¡Qué capacidad de resistencia! ¡Qué solidez en los momentos difíciles! ¡Que habilidad para conseguir que las audiencias, como las polillas, se dirijan siempre hacia la luz que él decide encender!
Pero ya no es así. El truco se intenta, pero no sale como solía. En platea, el público, lejos de entregarse a las habilidades del mago, mira el show con suspicacia y señala el engaño: ¡No es más que un truco! Y claro, el espectáculo pierde eficacia. Esta mutación en la mirada sobre el presidente no es asunto menor. Es el principal cambio de rasante que ha operado en la política española estas dos últimas semanas.
Pedro Sánchez, el lunes en la Moncloa
Caen cascotes de todas partes. La bandera del feminismo ha quedado inutilizada por la rebelión interna de las mujeres socialistas hartas de la indolencia presidencial, que abraza desde la comprensión que se tuvo en su día con el putero José Luis Ábalos hasta el comportamiento soez y abusivo del exasesor plenipotenciario de la Moncloa, Francisco Salazar.
Los casos más conocidos siguen avanzando: Cerdán, Ábalos, Koldo, Leire Díez. Pero aparecen otros. La bomba que ha explotado en la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), con su expresidente Vicente Fernández acumulando un patrimonio inmobiliario millonario de diez millones de euros por arte de birlibirloque, aún no ha desplegado toda su capacidad de destrucción. Para cerrar la lista, ayer la Audiencia Nacional declaraba secreta la pieza de los pagos en metálico en la sede del PSOE, por “la gravedad de los hechos”.
Ni el bono tren, pero tampoco la vuelta de Puigdemont en unos meses o los fondos europeos que hay que ejecutar en el 2026, asuntos sobre los que se insistió en la tradicional copa de Navidad de la Moncloa, pueden competir con tanto material radioactivo. De ahí que la lectura mayoritaria, incluso entre quienes quieren bien al presidente, es que las cosas están ciertamente mal. Y que lejos de mejorar, van a empeorar.
Obsesionado el respetable con si Sánchez aguantará hasta el 2027 o si ya estamos en tiempo de descuento, deja de advertirse lo esencial. El ecuador de la legislatura ha sido rebasado. Con independencia de la fecha de las elecciones, cada día que pasa estamos más cercad de ella.
Esta obviedad deja de serlo cuando se ha consumido la mitad del mandato. Pasado ese tiempo no hay aliciente para que ni el socio de gobierno, ni los de investidura –incluyendo a Junts–, busquen un acercamiento al PSOE y Pedro Sánchez. El incentivo está en marcar distancias. Esto ya sería así en una legislatura normal y sin escándalos. Pero va a ser más intenso y acelerado ahora que el PSOE y el sanchismo son percibidos como material contaminante. Lo que ya va mal, irá, pues, peor. Los sumarios y el avance de las investigaciones marcarán solo la rapidez de lo que se antoja inevitable, con enroque o sin él.