El marcador está en 39 a 37. Parece un partido de balonmano, pero es el número de veces que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición han pronunciado la palabra “corrupción” durante sus cara a cara en el Congreso de los Diputados a lo largo del 2025. Convertida en protagonista del debate político, la palabra se repitió en casi todos los enfrentamientos directos, resonó entre los aplausos de las bancadas y acabó dominando cada sesión de control hasta erigirse en el eje de la confrontación parlamentaria.
No es una coincidencia. En política —y especialmente en las sesiones de control— pocas cosas se dejan al azar. El mensaje, el tono y el lenguaje se miden, se ensayan y se repiten con una intención precisa. También esta palabra. Y tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo han decidido emplearla de manera recurrente como arma arrojadiza en un intercambio orientado a situar al adversario no solo como rival político, sino como origen de un problema moral.
En un Congreso crispado, la corrupción se ha convertido en el núcleo discursivo del enfrentamiento entre presidente y líder de la oposición.
El dirigente del Partido Popular ha optado por centrar esa acusación en la figura del presidente del Gobierno. Llevando el foco tanto al plano personal —con menciones recurrentes a su esposa y a su hermano— como a su entorno político, con los nombres de los ex secretarios de organización del PSOE José Luis Ábalos y Santos Cerdán como referencias constantes de un desgaste sostenido.
El líder socialista ha respondido con una lógica similar. Y ha ampliado el perímetro del ataque tanto hacia el pasado de Alberto Núñez Feijóo como presidente de la Xunta de Galicia y su relación con el narcotraficante Marcial Dorado, como hacia el entorno de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, marcado por las investigaciones judiciales sobre contratos y comisiones percibidas por su pareja durante la pandemia.
Ese choque discursivo no es solo una impresión política. Es el resultado de un análisis semántico realizado por Guyana Guardian de todos los cara a cara protagonizados en el Congreso de los Diputados entre el jefe del Ejecutivo y el de la oposición y que ya empezó a quedar al descubierto desde el principio de la legislatura.
Del recuento de palabras pronunciadas por ambos dirigentes, una vez excluidos los términos vacíos de contenido —artículos, preposiciones o conjunciones— y también aquellos tan recurrentes que apenas aportan diferencias políticas —como “España”, “Gobierno” o “presidente”—, emergen dos universos léxicos enfrentados. Casi opuestos.
Alberto Núñez Feijóo dibuja un relato en el que la política se aproxima al lenguaje judicial y donde jueces, fiscales y tribunales desplazan el debate ideológico hacia el terreno de la imputación moral. Tras corrupción, destacan términos como fiscal (20), mintió/mentira (19), miedo (17), trama (15), tribunal (15) y justicia (13), junto a nombres propios como Cerdán (17) o referencias insistentes a los presupuestos (21).
El líder del PP utiliza términos que acercan la política al lenguaje judicial como tribunal, fiscal y justicia
Dentro de ese marco, la palabra miedo funciona como una pieza central. El dirigente gallego recurre a ella para describir tanto al Ejecutivo como al clima político que, según se ha encargado de repetir desde su escaño en la carrera de San Jerónimo, genera Pedro Sánchez. “Miedo a la verdad”, a los “tribunales”, a “rendir cuentas”. Complementada esta estrategia con la reiteración de nombres como Santos Cerdán o José Luis Ábalos –ambos han pasado por la cárcel de Soto del Real–, Feijóo ha intentado reforzar esa descripción general para intentar fijarla como elemento distintivo de una legislatura que el PP trata de ligar de manera indisoluble a la sombra persistente de una corrupción estructural.
Pedro Sánchez, por su parte, prefiere responder desde otro terreno. Sus muletillas más repetidas son política (28), crecimiento (24), económico (23), economía (17), seguridad (17), empleo (16), salario (16), ley (16) o personas (15), y remiten a un marco de gestión y cohesión social. Así pues, frente a la ofensiva acusatoria del PP, el líder del Ejecutivo opta por anclar su discurso a los prósperos indicadores económicos, a la implementación de políticas públicas y a una apelación constante a lo colectivo. Sin discutir el marco de la acusación; más bien esquivándolo para desplazar el foco a su favor.
El presidente defiende su gestión desde
su vertiente social: personas, salario
y mujeres
La palabra “crecimiento” condensa esa estrategia. Sánchez acostumbra a tirar de ella en repetidas ocasiones blandiéndola como escudo, pero también como contraataque. Una forma de trasladar el debate desde la sospecha hacia los resultados económicos y sociales de su gestión para medir la legislatura en términos de cifras en lugar de en reproches, como intenta el PP.
Entre sus palabras más repetidas aparece, de forma llamativa un nombre propio. El de Isabel Díaz Ayuso. El presidente recurre a la mandataria madrileña como contrapunto político y simbólico. Confrontando modelos de gestión y, de paso, proyectando sobre ella buena parte del liderazgo de la oposición para así diluir el liderazgo de Feijóo como líder nacional del PP. Nombrándola también reordena de alguna manera el campo de batalla discursivo.
El análisis del lenguaje revela así dos estrategias que apenas se cruzan. Mientras Feijóo insiste en la denuncia y en la sospecha, Sánchez responde con cifras, comparaciones y resultados. Ambos utilizan la misma palabra —corrupción—, pero la cargan de sentidos distintos: acusar o resistir, señalar o desplazar.
En un Parlamento cada vez más polarizado, las palabras no solo describen la política, la construyen. Y si algo muestra este recuento es que, más allá de leyes y votaciones, el año parlamentario se ha librado también en el terreno del lenguaje. Un duelo verbal que retrata una legislatura atrapada entre la desconfianza y la defensa, con muy poco espacio para el consenso.
