Un cuento real de Navidad: la generosidad de un sintecho

La solidaridad

El maravilloso regalo de un hombre que vive en la calle y que solo tenía un billete de diez euros

Silvio, en la iglesia de Santa Anna

Silvio, en la iglesia de Santa Anna

César Rangel

Pasó el otro día, en la Fira de Santa Llúcia de la Sagrada Família. El cronista, que vivirá su peor Navidad por una terrible pérdida, seguía como un autómata el río de familias que recorría a paso lento los puestos navideños. Tenía delante a un señor a quien nadie hacía caso. El señor, que llevaba un cucurucho, se cruzó con un sintecho y le ofreció churros, lo único que tenía. Uno y otro, reparó entonces el cronista, eran reyes sin trono ni reino. Viven en la calle.

Esos dos hombres son como los fantasmas de la Navidad del presente del cuento de Charles Dickens. Y no hace falta ser un Ebenezer Scrooge para conmoverse ante su vulnerabilidad ni para descubrir que cualquiera puede ejercer la solidaridad. Tampoco hace falta mucho dinero, sino algo más importante: voluntad, buen corazón y ganas de mejorar el mundo, como ejemplifican las voluntarias de la iglesia de Santa Anna.

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El hospital  de campaña de Santa Anna

Este recinto sagrado, en el corazón de Barcelona, hace algo absolutamente revolucionario: acatar los Evangelios. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me ofrecisteis refugio, estuve desnudo y me cubristeis”. Santa Anna se ha convertido en la parroquia de los pobres y hace realidad eso que pide el papa Francisco: “Que las iglesias sean un hospital de campaña para los necesitados”.

Aquí, en este hospital de campaña, el cronista conoció el 25 de enero del 2017 al hombre más generoso del mundo: el rumano Silvio, una de las 1.384 personas que duermen en la calle en Barcelona, según Arrels Fundació, aunque en realidad son más de 4.500 quienes carecen de hogar en la capital catalana (porque no es lo mismo tener un techo que un hogar). Pero que Silvio era tan generoso no lo supo el cronista entonces.

Silvio, de rodillas, junto a Viqui Molins y otros amigos

Silvio, con jersey gris y de rodillas, junto a Viqui Molins y otros amigos 

César Rangel

Silvio, que está destinado a desempeñar en esta historia el papel del fantasma de la Navidad del pasado, debería tener hoy 53 años, aunque hace mucho que se perdió su pista y aparentará mucha más edad porque vivir en la calle acorta y endurece la vida, como señala Arrels. Un total de 84 personas como él (73 hombres y 11 mujeres) murieron en las calles de Barcelona entre octubre del 2023 y octubre del 2024, casi 20 más que en el curso anterior.

El día que le pase algo a Silvio, y quiera el destino que sea dentro de muchos años, la humanidad asistirá impasible a una pérdida irreparable y de la que no dará cuenta la prensa. Porque, ya se ha dicho, Silvio es la persona más generosa del mundo. Aunque su generosidad aún tardaría algunos días en eclosionar, ya dio pinceladas de su gran bonhomía en la iglesia…

La pregunta a activistas sociales

“¿Das más de lo que recibes o recibes más de lo que das?”

Mientras durmió en la sala capitular, durante una operación frío, se encargó de limpiar los baños y acometió trabajillos que le recordaban que una vez fue albañil. También acolchó bancos de la capilla de la virgen de Montserrat y el reclinatorio del confesionario. “Eso lo he hecho yo”, le decía con una sonrisa de oreja a oreja a Viqui Molins, el alma mater del hospital de campaña, junto a Peio Sánchez, el rector, y mosén Xavier Morlans, su mano derecha.

Esta religiosa teresiana, de 88 años, gran amiga del padre Ángel, fundador de la oenegé Mensajeros de la Paz, habla con una claridad que ya quisiera la Conferencia Episcopal. A veces le ha recriminado a Dios (ella dice Dios, pero debería decir la Iglesia) que le privase del goce de una familia. Y, como no pudo tener hijos, se rebeló y ha fundado una familia numerosísima. Tiene al menos 1.384 hijos, los 1.384 sintecho de Barcelona.

Viqui, de niña y de joven

Viqui, de niña y de joven 

FVM

Viqui, que ha tenido algún susto de salud, debería bajar el ritmo de sus actividades, pero no se está quieta ni atada. Ella suele decir: “No hago cosas porque soy feliz, soy feliz porque hago cosas”. A veces, sin embargo, las cosas se las hacen a ella, como la Fundació Viqui Molins, que ha impulsado el sacerdote Peio Sánchez, en una prolongación de las actividades de la iglesia de Santa Anna.

A estas alturas de la narración, habrá consenso: Viqui, Peio y Xavier se han ganado el cielo. Exactamente igual que las voluntarias del hospital de campaña de Santa Anna y que las de Arrels y otras fundaciones hermanas (las mujeres son abrumadora mayoría en el activismo social y ya es hora de que se reconozca). Corazones de oro, sí, pero los lectores que puedan deberían formular una pregunta a estas personas.

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La pregunta es: “¿Das más de lo que recibes o recibes más de lo que das?”. El cronista, que tiene ya más pasado que futuro, la ha planteado mil veces. A quienes luchan contra el sinhogarismo. A psicólogas de la Cruz Roja y de entidades como Grup Mutuam o la fundación Kālida, que ayudan en el proceso de duelo a familiares de víctimas del cáncer (una pérdida que hará, ¡ay!, que esta sea la peor Navidad en las casas amputadas por la enfermedad)…

A educadores y educadoras que trabajan con jóvenes vulnerables, tutelados por la Generalitat. A trabajadores y trabajadoras de entidades que se desloman en los márgenes de la sociedad, tratando de ayudar a los desheredados, como la fundación Roure y tantas otras, religiosas o laicas. A la doctora Maria Lluïsa Marín, de Rauxa, la principal responsable de un comedor social modélico y baluarte contra el alcoholismo…

A Carlos Rodríguez, de 81 años y ya jubilado, feliz cofundador de una de las oenegés más pequeñas del mundo, Sense Sostre, que mientras la salud y las ordenanzas municipales se lo permitieron salía una noche cada semana a repartir comida y mantas entre los sintecho. A superdonantes de sangre y plasma como Teresa Orquín y Joan Carles Bargalló. A quienes ayudan en todo lo que pueden al Banc dels Aliments. A…

A personas, en definitiva, como Viqui, Peio y Xavier. Y la respuesta suele ser siempre la misma: “Recibimos más de lo que damos”. Ese es el secreto. La solidaridad no solo rescata a quien la recibe, sino también a quien la entrega. El cronista tuvo una ocasión maravillosa de comprobarlo la segunda vez que vio a Silvio, un mes después de conocerlo en un dormitorio improvisado en la sala capitular de la iglesia de Santa Anna.

La respuesta de activistas sociales

“Recibimos muchísimo más de lo que damos”

Quizá en aquel momento, nuestro amigo rumano solo recordase que conocía de algo al hombre que le estrechaba la mano en la calle del Pi. “¿Qué haces por aquí?”, le preguntó Silvio. Y el interpelado, con una indolencia lamentable, respondió: “Busco algo”. Quería decir que buscaba inspiración, alguna historia, algo para publicar, pero Silvio entendió otra cosa.

¿Qué harías si todas tus riquezas se redujeran a un billete de diez euros y vieras en la calle a alguien que crees más necesitado que tú? Silvio no lo dudó. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete arrugado de diez euros. Era todo el dinero que tenía. “Quédatelo”, le dijo a casi un desconocido que veía como un hermano, alguien a quien tuvo la imperiosa necesidad de ayudar. Ya no era Navidad, pero seguía siendo Navidad.

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