Hay sonidos que presagian la desgracia. En el cine de terror, pocos resultan tan inquietantes como el timbre de un teléfono. Lo comprobamos en Scream. Vigila quién llama (1996), lo sufrimos en El aro (2002), lo padecimos en Llamada perdida (2008) y volvió a confirmarse con Black phone (2022), el perturbador éxito del director Scott Derrickson (Doctor Strange , El exorcismo de Emily Rose). En este último, Ethan Hawke se pone detrás de la máscara del Raptor, un asesino de niños que secuestra a sus víctimas y las encierra en un sótano lúgubre donde solo hay un colchón viejo y un teléfono desconectado.
A través de ese teléfono, Finney (Mason Thames), su última víctima, comienza a recibir llamadas imposibles: son las voces de los niños que murieron antes que él. Guiado por ellos, el chico intenta escapar de su destino y logra vencer al monstruo humano que lo tiene cautivo. Sin embargo, en esta nueva entrega, el Raptor no descansa en paz. Cuatro años después de su muerte, regresa desde el más allá para vengarse. Al mejor estilo de Freddy Krueger, acecha a su nueva víctima en los sueños, decidido a hacer pagar a Finney desde la tumba. Su sed de venganza se desvía hacia Gwen (Madeleine McGraw), la hermana menor del protagonista, quien comienza a tener pesadillas premonitorias en las que el teléfono vuelve a sonar.
Cuatro años después de su muerte, el asesino de niños regresa desde la tumba en busca de venganza
Mientras la joven Gwen lucha por distinguir la realidad del sueño, el sonido del timbre se convierte en una advertencia y cada llamada la hunde en un universo más oscuro. ¿Cómo se sobrevive a un terror que insiste en volver a sonar?
La sangre, que contrasta sobre el paisaje de nieve blanca donde se desarrolla la historia, se vuelve más visible. Derrickson permite que los personajes creados por Joe Hill (hijo de Stephen King) viajen al pasado, en un intento por desentrañar el origen del mal que acecha a la familia. Además, recurre al formato Super-8 para diferenciar el mundo onírico del real. El resultado es una pesadilla en celuloide, tal como lo había hecho en su anterior filme, Sinister (en la que Ethan Hawke fue la víctima, y no el demonio).
La película, que fue aplaudida en el festival de Sitges dentro de la sección Sitges Collection, no solo explora el miedo a la muerte, sino también el temor a lo que persiste después: la culpa, el trauma y las voces que siguen llamando desde el otro lado de la línea.


