Noor Abed nació en 1988 en un pueblo palestino cerca de Jerusalén y su vida ha estado marcada por la ocupación militar israelí, por la intimidación y la humillación que comporta, y que ella sufre cuando sale a localizar exteriores y rodar sus películas.
La última se titula A night we held between (La noche que pasamos juntos). Es un homenaje a la tierra palestina, a las montañas del desierto de Judea, a la identidad y la resistencia.
Abed ha rodado el film ‘A night we held between’ gracias al apoyo de la fundación Han Nefkens
Abed indaga en lo invisible a través del movimiento. Lo invisible es el sentimiento que nos hace ser quienes somos y el esfuerzo que supone movernos por la tierra que nos acoge.
Abed es performer y entiende muy bien que no hay paso ni gesto que no sea el resultado de superar la oposición de fuerzas adversas, en su caso, sobre todo militares y coloniales, pero también sociales y culturales.
Habla con una voz suave y una mirada profunda. Explica que “cuando caminas atraviesas la adversidad”, que cada paso es un triunfo, una reafirmación del yo y del lugar que pisas. También asegura que “no soy yo sin mi tierra”. “La tierra crece en mi piel”, afirma Abed como quien asume lo inevitable.
La tierra, en este caso, no es una metáfora. No hay metafísica en la tierra de Noord Abed. Solo física. “Cada piedra pesa y cada lugar tiene un nombre propio”, dice.

Un fotograma de la película ‘A night we held between’
El sionismo es su gran enemigo, la causa de la muerte injusta de su pueblo. Frente a la tierra prometida de los judíos mesiánicos, ella contrapone la tierra poseída durante milenios por un pueblo que aún acoge a judíos, cristianos y musulmanes.
En su película, Abed coreografía danzas antiguas, rituales que revelan que la tierra merece más veneración que Dios. De fondo suena la canción de Los Luchadores, un himno nostálgico a los guerreros que partieron para no volver. La canta un grupo de mujeres y Abed la encontró en el archivo del Centro de Arte Popular de Ramallah. La grabación es de 1994.
La película también parece vieja. Está rodada en 16 milímetros. Los rollos viajan con ella y lo pasan mal en las fronteras, “porque los agentes de aduana insisten en abrir las latas y yo les digo que si lo hacen velarán la película y esta tensión, este sufrimiento, que es similar al de las personas, afecta a la calidad de la película”.
Abed, asimismo, prefiere la textura analógica no solo por estética, no solo para que se empape de la opresión, sino porque “así no puedo revisar lo filmado y me obligo a pensar muy bien cada segundo, a mantener la intensidad”.
Sin intensidad, sin el sentimiento que la acompaña, no puede grabar y si lo hace descarta la escena. El sentimiento es su guía hacia la verdad, a la posibilidad de desvelar lo oculto. Por eso se mete en las cuevas y baja a las profundidades de la tierra, allí donde no hay luz, solo voces que resuenan en su cabeza, testimonios de ancestros que la animan a no abandonar la resistencia.
Noor Abed busca en lo subterráneo porque su afán es “dar forma a lo invisible”. Es el ejercicio de ver lo que no puede verse, aquello que se oculta por voluntad política o simple olvido.
En A night we held between, la película que puede verse en el Museu Tàpies y que es un proyecto que ha sido posible gracias a la ayuda financiera de la Fundación Han Nefkens, Abed incorpora a muchos amigos porque para ella filmar es hacer comunidad.
El trabajo hecho, en todo caso, no es garantía de satisfacción. No puede haberla cuando Abed pone su arte al servicio de la liberación de Palestina, una causa que parece eterna. “Cuando acabo una película —confiesa la creadora— creo que sigue habiendo algo oculto allí abajo. No soy capaz de captar todo el sentimiento que tengo. Por eso regreso a lo profundo e invisible”.