Hace quince años me enamoré intelectualmente de los pasajes de Barcelona porque descubrí que eran máquinas del tiempo que te permitían entender las sucesivas transformaciones urbanas. Caminar por ellos era hacerlo por cintas transportadoras hacia el pasado. En algunos del Poblenou y Montjuïc todavía había rastros rurales; los del Gótico y el Eixample nos siguen hablando del ascenso económico de la burguesía a finales del siglo XIX; la mayoría de los que ha ido arrasando la democracia eran vestigios del desarrollismo franquista, con sus casas baratas, sus chabolas, sus solares todavía por explotar. Lo que no podía imaginar cuando en 2017 publiqué Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg) es que no sólo eran pasado, también estaban cargados de futuro. Los pasajes de la Vila Olímpica de los años 90, que ya no se llamaron formalmente “pasajes”, pero que imitaron su arquitectura de túneles tranquilos, su condición ajardinada, prefiguraron secretamente la atmósfera de las actuales supermanzanas y ejes verdes. Consell de Cent se ha convertido en los últimos años en un larguísimo pasaje a cielo abierto. Las altas temperaturas de los últimos veranos nos han revelado, además, que la trama de los pasajes de la Ciudad Condal es una red de refugios climáticos. Recorremos algunos de los más importantes, interesantes, hermosos.
1. Bacardí
La última vez que lo recorrí en solitario me pareció entender que un guía mencionaba Cuba y el Ron Bacardí cuando explicaba el origen del más rococó de los pasajes barceloneses. En verdad su existencia se debe a otra saga del mismo apellido: el pasaje lo impulsó Ramon de Bacardí i Cuyàs, cuyo padre hizo una fortuna especulando inmobiliariamente tras la demolición de los edificios religiosos en el contexto de la Desamortización. Es totalmente cubierto y, aunque en los últimos años ha perdido los viejos comercios que nos conectaban con la época de Walter Benjamin, todavía conserva su aura preciosa en una esquina de la plaza Reial.

El pasaje de Bacardi, en la plaza Reial
2. Crèdit
Tras largas décadas de abandono, es en estos momentos uno de los pasajes más cuidados y activos de la ciudad antigua. En el extremo que da a la calle Ferran hay un Sagardi; en el que conecta con la Baixada de Sant Miquel, la Cereria; como éste es un restaurante vegetariano y aquél, carnívoro, se contrapesan. En el interior, junto al estudio Meatshop Tattoo y la Galería Artevistas –también complementarios– puedes ver tanto columnas de metal (que remiten a la época dorada de las fundiciones barcelonesas, cuando se levantó esa catedral de hierro que es la Estació de França) como la placa que recuerda que aquí nació Joan Miró. Sí, como el surrealismo francés, en un pasaje.
3. Manufactures
Une, mediante escaleras, la calle Trafalgar con Sant Pere Més Alt, es decir, el Eixample con la parte alta de Santa Caterina, la ciudad del futuro con la pretérita. Ya sólo quedan los fantasmas del corredor que se inauguró en 1878 y que daba acceso a diversos locales dedicados al textil. Ahora te encuentras el ambiente hipster que inyectan en un lado una sede gigante de Flax & Kale y, en el otro, el hotel Yurbban Passage; sobrevolado por la escultura Petjades de Antoni Yranzo (huellas suspendidas en lo alto). Pero, aunque el pasaje original tuviera para mí más encanto, el rescate y la actualización han sido notables. Y con el tiempo el encanto impregnará el recuerdo de quienes ya lo conocieron así. Y lo incorporaron a su propio imaginario sentimental.

El pasaje del Crèdit
4. Sert
Paralelo y de la misma época, el pasaje Sert fue el baluarte de una de las familias más poderosas de la Barcelona del siglo XIX. El más famoso de todos sus miembros, no obstante, no fue industrial ni hombre de negocios, sino artista. Una placa recuerda que allí nació el 21 de diciembre de 1878 Josep Maria Sert, pero no dice que durante un tiempo fue el pintor español más famoso del mundo, por encima de Pablo Picasso. Si te asomas al portal de la finca original, todavía ves buzones de antaño. El pasaje es vegetal y está muy vivo.
5. Permanyer
Si quieres huir del tráfico de las calles Pau Claris y Roger de Llúria, no tienes más que meterte en esta callejuela arbolada, con casitas preciosas (y carísimas). Cerdà pensó los interiores de manzana como espacios verdes y comunes, pero el capitalismo los privatizó rápidamente e incluso se inventó pasajes como el Permanyer para poder edificar más metros cuadrados, y aumentar así las ganancias. Su nombre recuerda a Francesc Permanyer i Tuyet, alcalde de Barcelona a mediados del siglo XIX. Y una placa, al pianista Carlos Vidiella, que vivió en una de las casas. En otra lo hizo Apel·les Mestres, escritor y dibujante y virtuoso jardinero, que padeció agorafobia y adiestró allí a una araña.

El pasaje Manufactures
6. Mallofré
Los pasajes más antiguos y pintorescos están por lo general en los centros de los barrios, que antaño fueron los centros de los pueblos que fue cosiendo la ciudad en su omnívoro ensanchamiento. En el número 75 de la calle Major de Sarrià encontramos uno de los más fotogénicos y silenciosos, el Mallofré, en cuya entrada sobreviven todavía robustas vigas de madera. Muy cerca se encuentran tanto la casa natal del poeta J. V. Foix como la pastelería de su familia, fundada en 1866, Foix de Sarrià. Si se está visitando la zona, merece la pena acercarse a la biblioteca que lleva el nombre del barrio y del escritor, la más reciente de nuestra fabulosa red de bibliotecas públicas.
7. Tubella
La regularidad es uno de los principios clásicos de la belleza. Por eso la unidad del estilo arquitectónico de estas casas de fachadas rosadas y ocres, construidas a partir de 1925, comunica una armonía agradable a la vista (y a la cámara del móvil). Y una cierta envidia, por los jardines y la calma. Las compraron en su momento los obreros especializados de las fábricas de Sants y Les Corts. Antes las construyó Joan Tubella para alojar a unos técnicos ingleses que venían a trabajar en su empresa. Será casualidad o no, pero tienen un estilo, un aire a todas luces británico.

El pasaje de Sert
8. Concepció
Tragaluz, El Japonés, The Bistrot, Harry’s, Pur, Mordisco, Boca Grande, Petit Comité: el de la Concepció es el pasaje más gastronómico de la Ciudad Condal. Con su aspecto aristocrático, desde 1881 une –peatonal como todos, también los proletarios– el paseo de Gracia con la Rambla de Catalunya. Y alberga la sede central de Turisme de Barcelona. Durante los años 80 eran asiduos de Mordisco el rumbero Peret, el pintor Miquel Barceló o el ilustrador y diseñador Mariscal, que dibujó en uno de sus manteles a Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos del 92.
9. Feliu
Acercarse a ese camino rural, que poco tiene de pasaje pese al nombre, es una buena excusa para visitar una de las zonas más alucinantes de la ciudad: el barrio de La Clota. Situado entre el Carmel y el paseo de Vall d’Hebron, en el sudeste de Horta, es un tejido irregular de huertos, casas de principios del siglo pasado y autoconstrucciones, campos de cultivo, calles asfaltadas y otras todavía de tierra y flanqueadas por cañas, que nos transporta a otros tiempos. Una Barcelona inesperada por la que pasear durante horas.

El pasaje de la Concepció, el más gastronómico
10. Trullàs
Los milagros existen. Cuando fui por primera vez al 140 de la calle Pere IV, hace más de una década, descubrí que el pasaje Trullàs era un parking informal de coches. Yo había leído viejas noticias que hablaban incluso de una fiesta mayor propia, pero me encontré con ruinas y grafitis. La transformación empezó en 2017 con el proyecto Estació Ciutat, de la ingeniera y artista Natalie Jeremijenko, con el apoyo del CCCB. Al año siguiente el pasaje comenzó a ser gestionado por la Taula Eix Pere IV, un grupo de vecinos que reclama el uso social y cultural de los solares, los huecos, los intersticios del gran eje urbano del Poblenou. Se ha convertido en un parque, un lugar de encuentro, un laboratorio, un refugio climático. Los milagros son posibles a través del arte y la cooperación.