En la desesperante espera entre la segunda temporada de Black mirror y la tercera, cuando su futuro todavía estaba en el aire y Netflix no había comprado la serie, tuvimos un especial de Navidad llamado White Christmas donde dos hombres (uno de ellos Jon Hamm) recordaban tres historias inquietantes, como es la naturaleza de esta serie, en mitad de la nada, en una especie de estación en el polo norte.
Black Museum, el episodio que cierra esta cuarta temporada, sigue este mismo espíritu. Es un cara a cara entre dos desconocidos en medio de la nada (o del desierto de Australia para ser exactos), en un museo de los horrores muy particular. Las tres historias que escuchamos son las tres anécdotas que el propietario explica a la única visitante, todas ellas terroríficas.
La primera de todas tiene que ver con un médico que desarrolla un aparato que le permite sentir el dolor de las demás personas y así poder hacer diagnósticos muy precisos y al instante. Se convierte en un experto del dolor. La segunda habla de un hombre que acepta introducirse la conciencia de su mujer comatosa en su propia cabeza. Y la tercera tiene que ver con un condenado a muerte que también acepta una transferencia de conciencia de resultados inesperados.
El propietario es tremendamente perturbador en su narración mientras el espectador se plantea si esas historias son reales o no. La segunda es la mejor porque incluye un factor humano que pierden las otras dos, mucho más ocupadas con traumatizar el espectador.
La segunda historia es la mejor porque incluye un factor humano que pierden las otras dos”
Aquí es donde entra la controversia del episodio: aquel que se divierta y disfrute con el torture porn, probablemente se sienta fascinado con Black Museum. Es un episodio incómodo, desagradable y se regodea en estos últimos aspectos con el talante del narrador, que parece divertirse con las atrocidades que tiene entre esas cuatro paredes.
Pero tanto interés en traumatizar quizá le resta un poquito de fuerza, la misma razón por la que The National Anthem nunca es recordado como el mejor episodio de la serie. ¿Se habló de él? Muchísimo. Pero no despierta tanto afecto entre el público porque se suelen preferir las historias con personajes de carne y hueso, aquellas con las que sentirse identificado, y este museo no los tiene.
Es un episodio incómodo, desagradable, que se regodea en el sadismo de las atrocidades del museo”
