Actriz de prestigio busca serie mala y cheque fácil
Crítica
Julianne Moore con 'Sirenas' repite la estrategia de Nicole Kidman con 'La pareja perfecta': vender un mejunje atroz como una obra desenfadada y simpática

El personaje de Julianne Moore siente más aprecio por las aves que por las mujeres vulnerables.

Caí en la trampa cuando La pareja perfecta se estrenó el año pasado. Me encontré a Nicole Kidman con otra peluca con personalidad, vi que los títulos de crédito incluían un bailoteo sin sentido con los actores y me dije: “Esto es un divertimento, no hay que darle más vueltas”. Pero los episodios fueron pasando y, al terminar, con el monólogo de Kidman como único salvavidas al que agarrarse (por la profesionalidad de la mejor actriz de su generación), sentí que me habían pintado la cara de payaso.
No estaba ante un ejercicio televisivo juguetón alrededor de un asesinato (el de Meghann Fahy) sino ante un desastre. Ante las nulas ganas de producir una historia consistente, con los telefilms malos de siempre como auténtico referente, La pareja perfecta fingía ser una comedia para justificarse. El problema es que la comedia requiere un noble esfuerzo: la construcción de gags y la presentación de situaciones hilarantes. Y esa miniserie, a pesar del tono ligero, solo era un mal misterio, dialogado sin vergüenza y con interpretaciones cómicas para disimular.

Esta reflexión, que llega con un año de retraso, se debe al estreno de Sirenas con Julianne Moore en el mismo catálogo de Netflix. Es como si la plataforma quisiera cumplir con una especie de nueva tradición anual. Sirenas tiene una actriz de prestigio como la oscarizada Moore, tiene a Meghann Fahy, tiene un misterio central, se ambienta en una mansión costera que solo puede pisar la clase más alta de los Estados Unidos (o el servicio) y… es mala, muy mala.
La historia escrita por Molly Smith Metzler, que adapta su propio texto teatral, comienza con Devon (Meghann Fahy), que está harta de tener que cuidar sola de un padre con demencia senil y que, antes de estar enfermo, ya era un mal padre. Cuando ve que su hermana Simone (Milly Alcock) le manda una cesta de fruta ante su petición de ayuda, decide presentarse a su lugar de trabajo. Entonces descubre que trabaja para Michaela Kell (Julianne Moore), una mujer de la alta sociedad enigmática, que tiene completamente hechizada a Simone. No solo es una cuestión de lujo: cualquier persona alrededor de Michaela parece abducida por su presencia.

Se podría decir que Moore disfruta con su Michaela, que muestra más empatía por las aves rapaces que intenta salvar que por los seres humanos dañados como Devon. Entiende a la perfección cómo abordar los susurros, la presencia y la dicción del personaje, una mujer que no era de alta alcurnia hasta que se casó con un empresario millonario interpretado por Kevin Bacon. Fahy, con una carrera en primer plano tras su paso por The White Lotus, intenta sin demasiado convencimiento representar el instinto de rebeldía que todavía pervive en el cuerpo de una mujer adulta dañada.
Sin embargo, hagan lo que hagan, ambas actrices se encuentran en una serie sin pies ni cabeza, cuyo tono da bandazos en cada episodio, como el servicio de la mansión ante las peticiones de Simone y Michaela. Con la excusa de “¡es una comedia negra!”, busca interpretaciones más bien cómicas que no pueden funcionar más allá de su profesionalidad porque Sirenas no está escrita como una buena comedia (y con Alcock como el eslabón más débil). Pero quizá lo más desconcertante es que introduce elementos sospechosos y la idea de un giro sobrenatural que después nunca terminan de encajar, como quien resuelve un puzle y se encuentra con piezas sueltas sobre la mesa.

Sirenas es un despropósito que exige cinco horas al espectador sin ninguna compensación satisfactoria, con el añadido de que ni tan siquiera la tesis inicial se sostiene. Es como si a medio camino de su corta temporada hubieran decidido cambiar el rumbo de hacia dónde se dirigía la historia y qué conclusiones había que extraer para justificar el conjunto. Habla de feminidad, de patriarcado y de clase con un desarrollo que lleva a la contradicción o, lo que es peor, al olvido de alguna de las tesis que apuntaba.
Suena críptico por miedo a soltar spoilers, lo sé, pero se puede resumir de la siguiente manera: una actriz de prestigio solo quería un cheque fácil y, aunque la serie fuera mala, tener un vehículo con el que mantener su popularidad entre el gran público. Estoy a la espera de confirmar si este mismo veredicto se puede aplicar a la segunda temporada de Nueve perfectos desconocidos, que Kidman precisamente estrena en Prime Video este mismo jueves y que todavía no he podido ver.
Lo que está claro es que, si alguien busca a la Julianne Moore buena, que recupere Mary & George, de la misma forma que los fans de Nicole Kidman, para quitarse el mal sabor de boca causado por La pareja perfecta, siempre pueden acudir a Expats.