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Había una serie mejor en 'La historia de Ed Gein'

Crítica

Quizá no debería sorprender que la promesa de calidad acabe en abominación

La madre de Ed Gein inspiró Psicosis.

La madre de Ed Gein inspiró Psicosis.

COURTESY OF NETFLIX

Cada vez que se anuncia un proyecto de Ryan Murphy toca temblar. De emoción, de desconfianza. La cuestión es que sus producciones no suelen dejar indiferentes. Aparte de tener el ADN de su productor (que a veces actúa de guionista o director, otras veces ni eso, pero su mentalidad siempre está presente), no suelen dejar indiferentes. Nip/Tuck, Glee, American Horror Story, El asesinato de Gianni Versace. ¿Y alguien se acuerda de Dahmer, la primera miniserie de Monstruo centrada en Jeffrey Dahmer? No tengo ninguna duda de que cualquier persona que viera los primeros minutos seguro que no la olvidó. Qué nivel de tensión para, más adelante, regalar un estimulante y desafiante retrato sobre la maldad (pura, fría, fortuita, gratuita) con una perspectiva social. Pero La historia de Ed Gein, la tercera entrega de la misma franquicia, no tiene la misma suerte. Podría ser buena. No lo es.

Como indica el título, la serie pretende contar quién es Ed Gein, el Carnicero de Plainfield, un granjero que en 1957 se descubrió que tenía como afición profanar tumbas, hacer objetos decorativos con la piel de los cadáveres, y que también desarrolló un instinto homicida, asesinando por lo menos a dos mujeres (no se pudo demostrar que hubiera estado implicado en el asesinato de otras siete personas). Es el hombre emasculado emocionalmente por una madre fundamentalista que, aparte de convertirse en sinónimo de monstruo para la sociedad estadounidense, inspiró películas como Psicosis, La matanza de Texas y El silencio de los corderos.

Joey Pollari es Anthony Perkins y Tom Hollander es Alfred Hitchcock.
Joey Pollari es Anthony Perkins y Tom Hollander es Alfred Hitchcock.COURTESY OF NETFLIX

Al presentar la historia, llama la atención cómo Ian Brennan, colaborador habitual de Murphy, no intenta repetir la tensión terrorífica de Dahmer. Habrá planos inquietantes, como Ed Gein bailando con una máscara de piel humana (con el cuerpo de gimnasio de Charlie Hunnam), pero el retrato tiene un punto más empático: presenta una hipótesis habitual del género de las condiciones que crearon el monstruo, intentando comprender al hombre que un buen día empezó a profanar tumbas. Y, en la propuesta creativa inicial (o sea, la primera mitad de la temporada de ocho episodios), tiene una tesis interesante: cómo se retroalimentan el horror real y el arte.

El protagonista, de infancia traumática por un padre maltratador y una madre controladora, se entregó a los cómics hiperviolentos ambientados en la Alemania nazi, que incluían toda clase de atrocidades. A partir de aquí, La historia de Ed Gein plantea cómo él entra en contacto con la figura de Ilse Koch, la mujer del comandante del campo de concentración de Buchenwald que empleaba su sadismo contra los judíos, llegando a hacerse una lámpara con piel humana. A su vez, muestra la creación de Psicosis de Alfred Hitchcock, cuyo Norman Bates (y su icónica relación con su madre) tenía paralelismos con Ed Gein. Aquí incluso plantea una hipótesis: ¿podría haber elegido Hitchcock a Anthony Perkins porque, al ser homosexual en la intimidad, le veía como un enfermo en los márgenes de la sociedad como el propio Gein?

Sin embargo, a medida que avanzan los capítulos, La historia de Ed Gein pierde los papeles. Como si un asesino y profanador de tumbas con elementos psicológicos cristalinos para su explotación artística no fuera suficiente, Brennan siente la necesidad de inventarse una relación más ficticia que real con Adeline, una amiga de Ed. De repente, pierde la curiosidad por la fascinación por el mal como detonante artístico y hasta qué punto el arte puede inclinar la balanza de un ser humano al límite de dicha maldad. Si La matanza de Texas de Tobe Hooper se desaprovecha, El silencio de los corderos de Jonathan Demme ya es directamente ninguneado. Y, cuando se concluye la historia, directamente mete a todos los asesinos en serie conocidos, los mete en una coctelera y los esparce por nuestra pantalla con mal gusto en un epílogo inconexo que parece una parodia de la fantástica Mindhunter.

De hecho, después de desestimar la relación entre crimen y arte, abraza una idea de legado criminal gratuita. De paso, se marca algunas de las imágenes más bochornosas posibles: la presentación de Ed Gein como un abuelo inofensivo, calmado, en paz, que las enfermeras ven como un ser incomprendido, como si profanar tumbas, asesinar a mujeres y hacerse trajes con los cadáveres fueran minucias no representativas del autor que las comete. Es inconsistente, tanto por cómo se enfocan las tramas como por la forma de tratar una historia real: no se conjetura o dramatiza desde el guion sino que simplemente se inventa. El resultado es una abominación. Como casi la totalidad de las temporadas de American Horror Story o la última entrega de Feud, la promesa de calidad se derrumba.