'La ruta', de València a Eivissa
Primera impresión
La serie de Atresplayer se transforma con una segunda temporada con aroma de secuela que profundiza en los orígenes del personaje de Àlex Monner y el paraíso perdido de Eivissa

Àlex Monner tiene reto interpretativo: hace de Marc Ribó y del padre de este.

La historia de La ruta terminó con el final de la primera temporada. Borja Soler y Roberto Martin Maiztegui, con la Ruta del Bakalao como escenario, escribieron un viaje dramático sobre la amistad, el duelo, la familia y la identidad. Los ocho episodios retrocedían en el tiempo para narrar los orígenes de las relaciones y los conflictos de los protagonistas, entendiendo hasta qué punto el ser humano es una consecuencia de sus decisiones, errores y circunstancias.
La forma en la que esa marcha atrás añadía capas de emoción era de una astucia abrumadora, al igual que esa mirada de la transformación del ocio nocturno (y la cultura del after). Sin embargo, después del prestigio acumulado por la obra, con el Ondas y el Feroz a la mejor serie dramática, la tentación llamó a la puerta y los creadores encontraron la forma de no traicionar una historia completa.

Con el título de La ruta. Vol. 2: Ibiza, Soler y Maiztegui se toman el regreso, que Atresplayer estrena este domingo, más con la mentalidad de secuela que de segunda temporada. El protagonista vuelve a ser Marc Ribó, el personaje de Àlex Monner, instalado en Eivissa en 1996. Su arco de personaje no se centra en su ascenso al éxito: ya lleva tiempo como DJ residente en Amnesia y tiene una casa delante del mar y con vistas a Sa Talaia, la montaña en la que fallecieron sus padres en un accidente aéreo.
Él tiene que enfrentarse, de hecho, al exceso de éxito de la isla: los británicos han puesto Eivissa en el punto de mira y los empresarios empiezan a adaptar la identidad del lugar a las exigencias de los turistas británicos, relegando el talento local a un segundo plano. Pero no sería La ruta si no hubiera alguna clase de maniobra cronológica.

El encuentro de Marc con una joven camarera (Carla Díaz) desemboca en un proceso reflexivo que sirve para remontarse en el tiempo. Así que la ficción también se sitúa a principios de los 70, meses antes del accidente del vuelo 602 de Iberia mientras iniciaba las maniobras de aterrizaje. El padre de Marc (también interpretado por Monner) es constructor y forma parte del sistema que prevé cambiar el paisaje de la isla mediante la especulación inmobiliaria.
Cuando su mujer (Marina Salas) le visita, ella se cruza con una mujer hippie (Irene Escolar), cuya actitud y forma de vida contrasta con la rigidez patriarcal con la que está construyendo su propia familia. El paralelismo está servido: la crisis de identidad individual vinculada a la explotación y la venta progresiva del paraíso.
Un acierto de este volumen es que, al presentarse, se desvanecen las dudas sobre si intentaría repetir la misma maniobra con otros personajes o si intentaría alargar unas relaciones ya abordadas con tacto. El encuentro casual con Nuria (Elisabet Casanovas) en el episodio muestra que hay margen para apariciones pero a priori no son el motor de la historia.
Al igual que sucedía hace tres años, un solo episodio no permite emitir sentencias pero sí despierta curiosidad por ver cómo evoluciona la obra y si consigue narrar Eivissa, la música y Marc con la misma intensidad dramática, pausada pero creciente, que cuando los personajes estallaban entre discoteca y discoteca a las afueras de València.