Sobre el final de 'La diplomática' de Netflix
Crítica
¿Se suponía que Kate era una mujer inteligente, no? La tercera temporada parece desmentirlo
Keri Russell es Kate Wyler.
Escribí una crítica después de ver la primera mitad de la tercera temporada de La diplomática de Netflix. Allí ya expuse cómo Debora Cahn, la creadora, nos ofrece una obra con aroma de clásico televisivo de siempre. Se nota que trabajó en dos series clave de la televisión generalista de los Estados Unidos como El ala oeste de la Casa Blanca y Anatomía de Grey, y también su paso por Homeland, que al ser de cable tiene un molde más similar a la ficción de streaming. De las similitudes con la ficción de siempre derivan tanto sus virtudes (ser inteligente y accesible) como sus defectos (Cahn no sabe estructurar temporadas compactas de solo seis u ocho episodios).
Pero, después de llegar al final de temporada, toca expandir la crítica. La diplomática no solo tiene una débil estructuración de las temporadas. Solo hay que ver a Eidra y Stuart casi siempre estancados, perdiendo el tiempo de forma sistemática, con la pobre Ali Ahn pidiendo a gritos poder hacer otra cosa que no sea poner cara de pocos amigos. También tiene un problema al abordar las tramas en cuestión. De hecho, incluso se podría argumentar que es mucho menos inteligente de lo que aparentaba ser. Para hablar de ello, que conste, toca entrar en terreno espoileroso.
En la primera temporada, Austin Dennison, el ministro de exteriores del Reino Unido interpretado por David Gyasi, fue una pieza fundamental de la historia. Kate, que tenía ganas de dejar a Hal, se encontraba con un político atractivo, inteligente, buena persona y que parecía respetarla. Allí se coció una trama de clara tensión sexual mientras el matrimonio Wyler se enfrentaba a su aparente ocaso. En la segunda temporada, con el thriller geopolítico tomando el control de La diplomática, Dennison prácticamente desapareció de las tramas. ¿Pero quién nos podía preparar ante el descalabro de la tercera temporada?
Dennison reapareció como candidato romántico, justo a tiempo para la separación definitiva de los Wyler. Pero, siendo esta la única dinámica romántica que se había trabajado al margen de Hal, la escena de pasión quedó interrumpida. De repente, la ficción nos ofreció una elipsis y nos presentó un nuevo amante, el Callum Ellis de Aidan Turner, y Dennison tenía pareja estable. Es más: el buen y paciente hombre, de sentimientos firmes, de un día para otro se había enamorado y se había casado, a pesar de tener a Kate en mente. Y el espectador, en vez de recoger los frutos (o el drama) de lo siempre insinuado, se tuvo que conformar con una elipsis traicionera y un cambio del estatus quo abrupto, pensado solamente para alargar la agonía romántica.
Mantener a los amantes separados es un clásico, sobre todo cuando Kate Wyler sigue los pasos de Alicia Forrick, que siempre tuvo en mente a su marido en The Good Wife. Pero ese salto temporal y sentimental fue simplemente deshonesto. Si no fuera suficientemente desagradecido tener que invertir en una dinámica entre Callum y Kate que ni tan siquiera habíamos visto formarse, encima la presentación de este nuevo personaje lanzaba por la borda todo lo que creíamos saber de nuestra protagonista. Porque… ¿se suponía que era una mujer inteligente, no? ¿Entonces cómo en ningún momento puede pensar que, siendo Segunda Dama de los Estados Unidos y embajadora del país en Londres, es francamente inquietante que tenga una aventura secreta con alguien vinculado a la inteligencia británica y rusa, a quien le confía absolutamente todo a pesar del poco tiempo que hace que se conocen?
En una serie como La diplomática, que con sus licencias dramáticas igualmente suele priorizar cierta coherencia en el thriller y la visión geopolítica por encima de los líos personales, esta desviación de la vida sentimental de Kate directamente era inverosímil. Además, era casi incómodo tener que invertir tiempo en un hombre metido con calzador y desvinculado, gracias a las argucias del guion, de cualquier emoción por parte del público. Así, al llegar al final de temporada y metidos todos los personajes dentro de una misma residencia, Callum destacaba por ser esa figura conveniente y forzada, sin ninguna continuidad aparte del recuerdo de cómo hundió la credibilidad de Kate como mujer con dos dedos de frente.
Por suerte, incluso en este caos, hay algo estimulante: el final-final con la presidenta Penn y el vicepresidente Wyler poniendo en una situación de peligro casi nuclear al Reino Unido, tras robar una arma nuclear a un submarino ruso. Hay algo de refrescante en esta temeridad: que una serie americana tan mainstream, que hasta ahora parecía mostrarnos cómo gobernaban los buenos con sus defectos, se atreva a presentar la Casa Blanca como una panda de sociópatas terroristas, dispuestos a colocar una diana a su principal alianza en el mundo. Es interesante ver cómo podría explotar el mundo teniendo en cuenta que es cada vez más plausible.