'Emily en París' se transforma en 'Emily en Roma' (para ser la serie de siempre)
Crítica
Lily Collins demuestra hasta qué punto es la Emily perfecta en una temporada con cambio de escenario pero el mismo sentido de la fantasía expat

Eugenio Franceschini es Marcello, un personaje por el que nunca se apuesta del todo.

Emily en París es una de las pocas constantes que tenemos en Netflix, tan acostumbrada a los parones entre temporadas o las miniseries y series breves. Desde su estreno en octubre de 2020, tras comprar la serie a Paramount que inicialmente había desarrollado el proyecto, la comedia de Darren Star solamente ha fallado a su cita anual una vez, en 2023, cuando no se emitieron nuevos episodios. La quinta temporada pone sobre la mesa su capacidad de alejarse de París y de los tópicos franceses, si le conviene creativamente al guionista, pero de ser exactamente la comedia que recordábamos que era.
En la cuarta ya se puso sobre la mesa la siguiente situación: Emily Cooper (Lily Collins) había conocido a Marcello Muratori (Eugenio Franceschini), el heredero de una empresa de moda tan prestigiosa como discreta, y Sylvie Grateau (Philippine Leroy-Beaulieu) apostaba por abrir una oficina en Roma, aprovechando el perfil de Muratori como cliente. En los nuevos episodios, Emily intenta demostrar su capacidad para liderar la oficina a pesar de los obstáculos: Sylvie se queda en Italia, todavía no entiende el marco mental italiano y conciliar la relación laboral y sentimental con Marcello no es fácil.

La temporada sale beneficiada de cambios conscientes detrás de las cámaras. A Camille Razat no se le renovó el contrato debido a la incapacidad de Star de redefinir a Camille más allá del rol de “ex de Gabriel”, así que uno se puede olvidar de un triángulo amoroso que ya no iba a ninguna parte (y tras esa exasperante trama sobre el embarazo). Después de las quejas públicas de Lucas Bravo, Gabriel tiene un rol más secundario: toca dejar respirar tanto al chef revelación como su dinámica con Emily, a la espera de retomarla en un futuro. Y, al regresar Alfie (Lucien Laviscount) como actor principal, se le reserva un rol que no es el de pretendiente de Emily.
Estos cambios permiten a Emily en París salir de dinámicas estancadas y así oxigenar esta fantasía fashion victim y expat que explota con eficiencia la comedia de tópicos y las bases más elementales de la comedia romántica desde su limitada ambición. Por ejemplo, se echa en falta que Marcello no se desarrolle más allá de su rol de galán italiano (nunca sabemos nada más de él aparte de que es rico, educado y que le queda bien la ropa). A Mindy le aparece una trama romántica sin ninguna cocción de la química. Incluso Sylvie, cuyo matrimonio a la francesa permitía contemplar una noción del sexo y el amor menos convencional, tiene enredos insustanciales o mal llevados.

Pero, como siempre, tenemos un vestuario de ensueño, hombres guapos, una Lily Collins que ya es Emily Cooper (y una sólida protagonista de rom-com, siempre con química con sus compañeros de reparto), una explotación tan bonita de las localizaciones que uno casi lamenta la inevitable gentrificación que promueve de forma involuntaria, Philippine Leroy-Beaulieu con ganas de robar escenas (con sus movimientos de brazos y muñecas), unas situaciones laborales resueltas de la forma más infantil posible y unos chistes simples y simpáticos que convierten la serie en un lugar feliz. Como dije en su momento, “siempre, siempre a favor de Emily en París”.