Graham Young, de genio de la química a envenenador serial
Las caras del mal
El asesino en serie echaba corrosivos en las tazas de té que ofrecía a familiares y amigos
Graham Young, de genio de la química a envenenador serial
Hacía varios días que Molly sufría vómitos, diarrea y un dolor de estómago insoportable. Los médicos apuntaban a un misterioso virus porque otros miembros de su familia también tenían la misma sintomatología. Una tarde, la mujer se desplomó en el jardín y, cuando su esposo la encontró, estaba prácticamente muerta. De hecho, falleció horas después.
A pocos metros de la escena, escondido entre los arbustos, el hijastro de la enferma observaba aquello completamente fascinado. Lo que se descubrió poco después es que, aquel inofensivo muchacho obsesionado con la química, estaba envenenando a su entorno echando productos corrosivos en el té.
La química
Graham Frederick Young nació el 7 de septiembre de 1947 en Neasden, al norte de Londres, en una familia marcada por la tragedia. A los tres meses del nacimiento, su madre Bessie falleció de tuberculosis y su padre Fred optó por separar a sus hijos para poder recomponerse y superar la pérdida de su esposa. A su hija Winifred la envió con los abuelos, mientras que nuestro protagonista quedó bajo el cuidado de su tía Winnie.
Tres años después, la nueva boda del cabeza de familia con Molly volvió a desequilibrar a Graham. Fred recuperó a sus hijos e inició una nueva vida junto a su segunda mujer. Sin embargo, el vínculo de nuestro protagonista con su tía Winnie era tan estrecho que la separación fue traumática.
Graham Young, de niño
El cambio le generó angustia y desazón, empezó a cambiar su carácter, a ser más introvertido, huraño y solitario. No se esforzaba por socializar con otros niños de su edad y prefería dedicar su tiempo a la lectura. Pero no a una lectura al uso: a Graham le encantaban los libros sobre asesinos y crímenes y, además, desarrolló una fascinación malsana por Adolf Hitler, al que tildaba de “incomprendido”.
Por otra parte, le empezó a atraer el mundo del ocultismo y sus particulares ceremonias, algunas de las cuales implicaban el sacrificio de animales. De ahí que se achacase a su autoría la desaparición de gatos en su barrio. Y, por último, su interés por la química, la ciencia forense y la toxicología, le llevaron a profundizar en dichas materias hasta convertirse en todo un experto.
La tía Winnie y la hermana mayor de Young, Winifred
A los trece años, su padre le compró un juego de química con el que se pasaba las horas muertas, e incluso, pudo comprar una cantidad importante de venenos como el antimonio, el arsénico y el talio bajo la excusa de ampliar sus conocimientos y de estudiar dicha carrera en el futuro. Lo que nadie podía imaginar es que Graham llevaría a la práctica el uso de estos corrosivos con su entorno más cercano.
Las primeras víctimas de estas pruebas fueron dos de sus compañeros de clase. Los niños sufrieron un período prolongado de vómitos, calambres estomacales y dolores de cabeza, y solo mejoraban cuando se encontraban en casa. Pero Graham necesitaba seguir la evolución completa, así que pensó en practicar con su propia familia.
La madrastra
A principios de 1961, los Young empezaron a mostrar signos intermitentes de envenenamiento tras la ingesta de té. Incluso el propio menor llegó a enfermar, aunque no se sabe si fue por casualidad o por querer sentir en sus propias carnes ese efecto lesivo. Por entonces, el padre ya sospechaba de su hijo pequeño, pero cuando lo confrontaba él negaba la mayor.
La analítica realizada a la hermana mayor ese mes de noviembre destapó que su sangre contenía belladona. Al año siguiente, su madrastra Molly enfermó. Lo hizo gradualmente hasta que, el 21 de abril, falleció a causa supuestamente de una hernia discal. Graham sugirió que la incinerasen para así eliminar cualquier prueba que lo señalara.
Graham Young de adolescente
El siguiente en caer fue su padre, al que administró antimonio y, como desarrolló una especie de tolerancia a este tóxico, terminó por darle talio. El mismo día del funeral de su esposa, Fred sufrió vómitos y severos calambres estomacales que lo llevaron directamente a urgencias. La analítica confirmó que estaba siendo envenenado con antimonio.
Fred decidió informar a la policía sobre estos hechos y los agentes hablaron con el profesor de química de Graham, quien les ratificó la obsesión del niño por los venenos y su inusual conocimiento. El 23 de mayo de 1962, el adolescente fue detenido y, durante el interrogatorio, admitió todos los envenenamientos excepto el de su madrastra, el único que no se podía probar.
Las autoridades decretaron el ingreso de Graham en un hospital de máxima seguridad de Broadmoor por un periodo mínimo de 15 años. Durante su estancia, varios psiquiatras examinaron al menor y descubrieron a un superdotado con un coeficiente intelectual de 160. Esto explicaba por qué desde niño sintió tanta curiosidad por entender la química.
Al poco tiempo de su internamiento, un recluso falleció víctima del cianuro y, tanto personal del centro como los propios internos, comprobaron cómo sus bebidas habían sido manipuladas con un abrasivo llamado jabón de azúcar. Esto es, bicarbonato de sodio. Sin embargo, la junta de tratamiento no tomó medida alguna contra el joven Young. No creyeron que él fuese el responsable.
Más muertes
El 4 de febrero de 1971, los médicos le dieron el alta y el envenenador fue puesto en libertad. Sus primeros pasos fueron establecerse en una residencia y abastecerse de antimonio, talio y otros venenos para seguir realizando sus macabros experimentos. A partir de ahí buscó a sus nuevas víctimas: dos compañeros de su residencia. Uno de ellos terminó suicidándose debido a los terribles dolores que padecía.
En esa época, Graham también encontró un empleo en el almacén de los Laboratorios John Hadland, una empresa de suministros fotográficos de Bovingdon donde, precisamente, tenía un fácil acceso a tóxicos como el talio, muy utilizado en procesos fotográficos.
Bob Egle, asesinado por Graham Young
Sus compañeros de trabajo se convirtieron una vez más en sus particulares conejillos de indias. Su amable disposición a prepararles el té y el café hizo que varios de ellos enfermaran gravemente. Bob Egle, de 59 años, falleció el 7 de julio y la causa de su muerte se registró como neumonía, mientras que Fred Biggs, de 60 años, murió el 19 de noviembre de ese mismo año 1971.
Esta segunda muerte alertó a la dirección de la empresa, principalmente porque, en los últimos cuatro meses, cerca de setenta de sus empleados sufrían síntomas similares. Se barajó la posibilidad de que se tratase de una intoxicación masiva por los productos químicos que utilizaban.
Graham Young tras ser detenido
El verdadero motivo salió a la luz gracias al médico de la fábrica, que sospechó de Graham cuando este le expuso sin miramientos sus conocimientos toxicológicos. El doctor alertó rápidamente a la Policía. El 21 de noviembre, Graham Young fue detenido cuando visitaba a su padre en Sheerness -Fred decidió perdonar a su hijo y recuperar la relación- y le incautaron talio escondido en su bolsillo.
Durante el interrogatorio, el envenenador confesó los hechos, aunque se negó a firmar su declaración de culpabilidad por escrito. Fue acusado de dos delitos de asesinato, dos delitos de intento de asesinato y dos delitos más de administración de veneno. Graham se declaró inocente y la prensa británica lo bautizó como El Envenenador de Tazas de Té.
La prensa habla de la mente superdotada de Graham Young
Gracias a los nuevos avances forenses y a la confiscación del diario donde anotaba sus crímenes, el jurado lo encontró culpable de todos los cargos y el juez lo condenó a cuatro cadenas perpetuas. Cuando el asesino tuvo la oportunidad de mostrar arrepentimiento y de pedir perdón, este solo dijo: “Lo que siento es el vacío de mi alma”. Era el 29 de junio de 1972.
Ficha policial de Graham Young
Los siguientes años, Graham permaneció encarcelado en la prisión de máxima seguridad de Parkhurst, en la Isla de Wight, donde convivía con los criminales más peligrosos de toda Gran Bretaña. Entre ellos con Ian Brady, el asesino del Páramo, de quien se hizo amigo y con quien disfrutaba jugando al ajedrez.
El 1 de agosto de 1990, el asesino en serie falleció en su celda a causa de un infarto agudo de miocardio, aunque se especula con la posibilidad de que otros internos se vengaran de él con su misma medicina, el veneno.