En su inconfundible mezcla de risa, ternura y memoria, Paz Padilla regresó a Antena 3 treinta años después de su debut para compartir anécdotas de su carrera y episodios personales que marcaron su vida. Lo hizo en el plató de Y ahora Sonsoles, donde entre chistes, recuerdos y homenajes a Chiquito de la Calzada, la gaditana también abrió su corazón sobre uno de sus capítulos más duros: su relación con Albert Ferrer, padre de su hija Ana.
“Hoy le llamo 'El Tornado' porque se llevó la casa y el coche”, dijo entre risas contenidas, aunque enseguida reconoció la profundidad del desengaño. “Me enamoré de él locamente. A los dos o tres meses ya estaba embarazada. Fue una gran locura, porque no medí las consecuencias de comenzar tan pronto una familia”, confesó.
Siete meses llorando
Un primer amor que la dejó rota
“Fue uno muy gordo”, dijo Paz al referirse a su primer gran desengaño amoroso. Y lo fue. “Estuve siete meses llorando. No quería que nadie lo supiera. Siempre pensaba ‘se arreglará’, ‘volverá’, ‘se dará cuenta de que soy la mujer de su vida’… pero nunca volvió”.
El golpe fue tan profundo que lo arrastraba incluso en su trabajo, cuando subía a los escenarios con el alma rota. “Cuando yo tenía el alma rota y salía al escenario a hacer reír, al terminar me decía: ‘Él no te quiere, pero tú vales mucho’. El público me ayudó”.

Con Ferrer fuera, Paz asumió en solitario la crianza de Ana mientras trabajaba sin parar: “Siempre intenté estar presente, aunque fuera por teléfono”
Aquel amor fugaz le dejó lo más importante de su vida: su hija Ana. “Mirarla me ayudó mucho. Me hizo madurar de golpe. Tenía 26 años”, recordó con ternura. La crianza, sin embargo, no fue fácil. Ferrer se marchó a Nicaragua como cooperante y Paz tuvo que criar a Ana sola, mientras compaginaba su carrera artística con su papel de madre.
“Siempre he procurado estar presente, incluso por teléfono. Yo estudiaba los países de Europa con ella en inglés, de Sevilla a Madrid en AVE”, relató. Y defendió su visión de la maternidad: “Hay que darles lo suficiente para que hagan algo, pero no tanto como para que no hagan nada”.
Con los años, Ana se ha convertido en su pilar. “Ella es mi mar, mi montaña, mi tempestad y mi calma”, dice la actriz. Y aunque hoy su hija tiene vida propia —y un novio que se pregunta “cómo ha salido tan normal con esa madre tan loca”—, entre ambas se ha forjado una complicidad que no entiende de etapas.
“Creo que ha aprendido la esencia de la vida. Si ella ve que su madre puede con todo, pensará que ella también puede”, reflexionó Paz, convencida de que su fortaleza emocional ha sido también su mejor legado.