Perseidas, restos de cohete y una mujer interestelar

Mando a distancia

En estas noches de cielos veraniegos habitados por Perseidas y restos del maltrecho cohete chino Jielong-3, conviene hacer una reflexión mientras miramos al firmamento acerca de la que también fuera una estrella; tal vez demasiado fugaz para muchos, pese a su origen terrícola y su exorbitante resiliencia. Hablo de la doctora Sally Ride, la primera mujer astronauta que los estadounidenses se dignaron a mandar al espacio, veintidós años después de que lo hicieran con un hombre.

Era 1983 cuando la joven astrofísica hacía realidad su sueño tras superar una criba entre 8.000 candidatos y cinco años de entrenamientos en la NASA, donde, probablemente, lo más duro de aquella experiencia fuera lidiar con el machismo nauseabundo que imperaba en aquellas sofisticadas instalaciones, en los medios de comunicación y en gran parte de la sociedad estadounidense. 

Como si de una lluvia infernal de meteoros se tratara, Ride sorteó todo tipo de piedras en su camino como astronauta, hasta el punto de verse obligada a ocultar durante veintisiete años su relación con el amor de su vida: una mujer. Entre otras lindezas, la científica tuvo que soportar encontrarse, poco antes de partir hacia el espacio, con un kit de maquillaje como elemento indispensable a llevar. Tampoco faltaron las continuas preguntas de la prensa, rebosantes de sexismo.

Solo una frase de su obituario, una medalla póstuma a la Libertad , una fundación en pos de fomentar la ciencia entre los jóvenes y un documental sobre su figura, dirigido con exquisitez por Cristina Costantini y disponible ahora en Disney+, hacen honor a una mujer que, pese a haber estado tan solo 343 horas en el espacio, logró elevar la esencia del feminismo hasta el universo.

Sally Rider

La astronauta Sally Rider en el espacio

Imdb
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