La maldadfunciona

La maldad criminal tiene su propio vocabulario, que el programa Crims (TV3) explota con un enorme éxito. Centrado en la investigación del doble crimen de Bellvitge, Carles Porta habla de “dos jóvenes atadas, amordazadas y con múltiples heridas de arma blanca”. A partir de aquí, la investigación acompaña la curiosidad del espectador (23,2% de cuota de pantalla). Hay expertos que afirman que el interés por estos formatos nace de la recompensa y la satisfacción provocadas por la dopamina del cerebro, que premia el interés por resolver las intrigas planteadas. La condición de espectador no experto, en cambio, hace sospechar que nos mueve más el morbo y, como cuándo participamos en el efecte badoc de un accidente, la truculencia. Quien sabe si nos consuela, más subconsciente que conscientemente, celebrar no ser ni las víctimas ni los culpables.

PSICÓPATAS. Más maldad: en la serie Malice (Prime Video), el villano es un chico aparentemente servicial que, por supuesto, esconde un secreto inconfesable y tiene el talento de engatusar a una familia de millonarios que pasa unas lujosas vacaciones en Grecia. La fórmula recuerda las novelas de Tom Ripley. Aquí la maldad no es caricaturesca sino que esconde una capacidad de seducción que pone en evidencia tanto a los seducidos como al seductor. Uno de los actores principales es David Duchovny, siempre convincente, tanto cuando parecía que lo encasillaríamos como el Fox Mulder de Expediente X , como cuando se transformó en el excesivo y vicioso Hank Moody de Californication . Ahora le toca hacer de víctima del psicópata protagonista. Un psicópata que tiene el detalle de sorprendernos con un final imprevisto (y lo digo sabiendo que siempre que un final me parece sorprendente, enseguida me desmienten los que –que dios les conserve la clarividencia– enseguida adivinaron quien era el malo y cómo acababa la serie).

El villano de la serie es un joven atento y servicial que esconde un secreto inconfesable

INTELIGENTE. En Pluribus (Apple TV), la maldad es la felicidad convertida en una maldición, que actúa como un contagio gregario. La inteligencia de la premisa fascina: la protagonista no comparte el contagio de esta felicidad. Intenta rebelarse y descubrir cómo funciona este fenómeno lo suficientemente intrigante para que la dopamina que experimentan nuestros cerebros no siga los atajos de la truculencia sino que estimule unas neuronas que celebran la novedad con una gran alegría.

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