Varios miles de cristianos son asesinados cada año en el mundo por su fe, aunque los medios de comunicación occidentales raramente hablan de ello. Aparte de que deja de ser noticia al convertirse en habitual, se oculta intencionadamente. Tiene su lógica, puesto que los informadores dependen de los mismos que intentan erradicar toda manifestación cristiana en nuestra sociedad, aunque sin la violencia física de otras latitudes.
El objetivo de liquidar la presencia cristiana, incluidas sus arraigadas manifestaciones culturales, se visualiza de manera patente en la Navidad. La principal fiesta cristiana es Pascua de Resurrección, pero la Navidad es la de mayor implantación en todo el mundo, sobrepasando el marco de los creyentes. Se intenta limitarla a la gran orgía del consumismo, sin raíz espiritual, obviando hasta el recuerdo de que nuestro calendario se inicia en el nacimiento en Belén de un bebé que para los creyentes es también Dios. Para muchos es momento de solidaridad, de reencuentro familiar y de amor, con o sin referencias a su origen. Algunos buscan enlazarlo con el “solsticio de invierno”. Incluso al margen de creencias religiosas, ¿alguien puede pensar que por el simple hecho de que el día o la noche sean algo más largas o cortas tanta gente mostraría fraternidad hacia los pobres o tantas familias intentarían reencontrarse?
Desde cargos públicos hay varios intentos de erradicar lo cristiano
Diversos intentos de erradicación de lo cristiano se promueven en España desde cargos públicos. A todos los niveles. Treinta líderes mundiales asistieron hace pocos días a la reapertura de Notre Dame de París, un icono religioso de nivel planetario, pero España no estuvo representada ni por los Reyes ni por el Gobierno a pesar de estar invitada.
Uno de los epicentros de cristianofobia institucional es Barcelona. Centrándolo en la Navidad, desde la Generalitat se felicitaba con “Bones festes”, con tal de no citarla. Ninguna referencia en la iconografía o en las luces de las calles, también este año. Los gobiernos municipales de Colau convirtieron en un esperpento el tradicional belén de la plaza Sant Jaume, en el que la Virgen María podía ser un marciano o una silla simbolizara a los Reyes Magos. Collboni, ha salido de aquella ridiculez para caer en la extravagancia de esconder el pesebre dentro del ayuntamiento y colocar en la plaza una gran estrella. Para evitar polémica, dijo. Una forma vergonzante de justificarse. Puedo asegurar, y lo he comentado en muchas ocasiones con profesores que tienen alumnos musulmanes en sus clases y se relacionan con sus padres, que a ellos no les molesta en absoluto que aquí se celebren las fiestas cristianas. Más aún, consideran que es lo normal. Quienes las eliminan son los laicistas autóctonos.

La gran estrella de la plaza de Sant Jaume de Barcelona
Quitar el belén o borrar la referencia a la misa en el programa de fiestas de la Mercè parecen simples anécdotas si se las compara con las persecuciones anticristianas o con algunas leyes contra la vida y la familia, pero forman parte de la dinámica de erradicar del espacio público y relegar a las sacristías el hecho religioso, incluidas las tradiciones.
Devolver las cosas a su lugar exigirá una verdadera revolución, pacífica y desde abajo. Orwell escribió que en tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario. Y Chesterton que llegaría algún día en que habría de desenvainar la espada para defender que el pasto es verde. Volver a la Navidad genuina, a la sencillez y grandeza que trajo Cristo, priorizar lo espiritual sobre los regalos, reflexionar sobre lo profundo de la vida, dedicar tiempo a los demás, es hoy una rebeldía de gran calado en una sociedad consumista, superficial y líquida.