De estudiante de mecatrónica de FP a ‘macguiver’ en la Antártida

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FP en la Antártida

Una imagen reciente de Miquel Marfà en la puerta de uno de los módulos de la base Juan Carlos I

Dídac Casado

Ni en sueños podía imaginar de joven que un día visitaría uno de los lugares más recónditos del planeta. ¿Viajar? Sí, claro. Cualquier oportunidad para conocer nuevos paisajes, otras ciudades, desquitarse así de la imposibilidad de haberlo hecho durante años, dedicado al duro trabajo. Pero, ¿ir a la Antártida? Hasta ahí no había volado la imaginación de este estudiante en sus 30 años de vida. Y, sin embargo, cuando sus profesores del instituto de formación profesional le comunicaron que existía esa posibilidad y que podría ser un candidato por sus competencias, tardó nanosegundos en aceptar. Y esa noche, solo de pensarlo, no pudo dormir.

Miquel Marfà, alumno del ciclo de mecatrónica del Instituto Escuela Industrial Sabadell, forma parte del equipo de mecánicos de la Unidad de Tecnología Marina de la Agencia Estatal de Investigación Consejo Superior de Investigaciones Científicas (UTM-CSIC) destinado en la base española Juan Carlos I de la Antártida.

Esta miniciudad de científicos está situada en la península Hurd de la isla Livingston, a tres días de travesía del puerto de Ushuaia, la ciudad argentina más austral del mundo. Está abierta solo el verano austral (de diciembre a marzo) y la habitan 51 personas, entre ellas, 17 técnicos de mantenimiento y reparación, como Marfà (Cerdanyola del Vallés, 1993). Sus compañeros le llaman Miki. Con ellos salió de Ushuaia el 26 de diciembre después de celebrar la Navidad en esa ciudad. “Estábamos todos muy emocionados”, explica a través de WhatsApp días después, ya instalado en la base.

“No tenemos temperaturas extremas, pero el viento puede ser huracanado”

Uno de los tripulantes no llegó a subir al barco, un compañero técnico también, que tuvo un ataque de apendicitis, afortunadamente horas antes de zarpar. Encontraron uno de los mares más agitados del mundo, temido por los navegantes, sorprendentemente en calma. Quedó impresionado, explica, por el paisaje a su paso por el canal de Beagle y los icebergs en el Paso de Drake. Y los sonidos del mar.

“Al divisar nuestro destino sentí una emoción enorme”, manifiesta. “Nunca había dudado de mi decisión, pero cada paso lo confirmaba más”.

Hace tres años, el director de la UTM, Jordi Sorribas, comunicó al instituto de Sabadell que la unidad estaba buscando técnicos muy cualificados y abiertos a nuevas experiencias, explica Xavier Pascual, profesor del ciclo en el que estudiaba Marfà. Al pedirle mayor concreción, Sorribas respondió: “Necesito macguivers ”. Un macguiver , que alude a la famosa serie televisiva de los años ochenta ( MacGyver ), es una persona versátil, capaz de arreglar cualquier avería y de hacerlo con imaginación, pero también alguien juicioso, de talante tranquilo, un potencial buen compañero. De los que suman y no restan.

“Hay mucho trabajo que hacer y hay muy buen ambiente de convivencia; se me pasan los días volando”

La mayoría de estudiantes de mecatrónica tienen una preparación adecuada ya que su formación es muy completa. Tienen conocimientos de mecánica, electrónica, electricidad, programación, diseño y dibujo técnico. “Miki, que ya tenía 27 años cuando se matriculó en la Escuela Industrial de Sabadell, buscaba siempre perfeccionar cualquier aprendizaje. No desaprovechaba ninguna oportunidad para mejorar”, recuerda la tutora Núria Getan que enseña la fotografía de la taza con el logo del instituto humeante en la tierra antártica.

Aquel alumno había dejado de estudiar después de bachillerato cuando la crisis económica de 2010 golpeó a su familia. “No tuve un camino de rosas, es verdad, pero vaya, como cualquier otra persona”, compara. “Por cosas de la vida acabé trabajando en la empresa de mecanizados industriales, Nougrams S.L., de la que aprendí muchísimo y a la que siempre estaré agradecido”.

Base Juan Carlos I en la isla de Livingston en la Antártida

Base Juan Carlos I en la isla de Livingston en la Antártida

M.M.

Marfà compaginó trabajo y estudios en la escuela Industrial, matriculándose de materias sueltas del ciclo de grado superior. Entonces, llegó la propuesta y aceleró en el último curso para acceder al proceso de selección de la UTM a tiempo.

Está contratado por la Unidad de Tecnología Marina, con sede en Barcelona, que se ocupa de la instalación

“Encontramos la base española cerrada porque solo abre en verano. Nosotros somos los encargados de ponerla en marcha y dejarla en condiciones óptimas para la siguiente campaña”. El equipo de mantenimiento se queda los tres meses y medio, atendiendo la electricidad, calefacción, maquinaria y demás.

La base, dirigida por Joan Riba, cuenta con dos módulos principales. En el primero está la enfermería, salas de cocina y sala de estar. El otro está destinado a las instalaciones científicas con laboratorios para diferentes disciplinas. Otros seis módulos se dedican a los servicios de la base: taller, tratamiento de residuos, generación de energía, almacenamiento, combustible, náutica.

En total, hay 17 técnicos de la unidad de tecnología marina: entre electrónicos, mecánicos, cocina, patrones de embarcación, informático, responsables de medio ambiente y guías de montaña. Conviven con una treintena de científicos que desarrollan distintos proyectos en periodos de estancias más cortas.

El personal cuenta con 17 técnicos: guías, informáticos, patrones, cocineros, electrónicos y mecánicos

“En los primeros días, hubo que retirar la nieve de los caminos para poder pasar con las grúas telescópicas”, relata. Una vez liberados los caminos de nieve, con las mismas grúas el equipo repartió todo el material desembarcado a módulos de la base y comprobó el funcionamiento de los grupos electrógenos y las instalaciones de agua. “Al principio, lo más importante es hacerte con el lugar y entender el funcionamiento de la base desde sus entrañas”.

Respecto al temible tiempo en esas latitudes, “no estamos expuestos a temperaturas extremas, pero es cierto que el viento puede ser huracanado”.

La vida dentro de la base, continúa, es muy cómoda. Los horarios de trabajo son parecidos a los de la península, con jornadas partidas de mañana y tarde, dejando espacio al descanso. “En el tiempo libre que tenemos, cada uno aprovecha para hacer lo que más le gusta. Hay unos que se reúnen alrededor de unas infusiones o cafés  con largas conversaciones, otros ven series y otros se van a hacer ejercicio a un pequeño gimnasio que tenemos”. Aprovechan el domingo para ir de excursión por los alrededores de la base. En campañas anteriores, el personal español suele visitar la base búlgara San Clemente de Ohrid, a casi tres kilómetros de distancia.

“Es increíble todo lo que estoy viendo y aprendiendo en el poco tiempo que llevo aquí. Hay mucho trabajo que hacer y hay muy buen ambiente. Se me pasan los días volando”. Miki es ya empleado fijo en la UTM.

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