Hemos venido a deciros que no estáis solos, que no os hemos olvidado. Vuestra fe y vuestra resiliencia refuerzan nuestra misma fe. Esperamos que nuestra presencia entre vosotros, anime e inspire a los cristianos de nuestros países a volver en peregrinación a Tierra Santa y trabajar por la paz”. Con estas palabras concluíamos la visita del 18 al 23 de enero de la Coordinadora ( Holy Land Coordination) formada por representantes de las conferencias episcopales de países de América y Europa, con la finalidad de “estar presentes, peregrinar, rogar y presionar” sobre la difícil situación de los cristianos en Tierra Santa.
Durante la visita la atención se centró en la situación actual y en el impacto sobre la comunidad cristiana de Gaza y de Cisjordania, durante el alto el fuego precario, que acababa de empezar y que ha traído una paz tensa, con alegría para los familiares de los rehenes liberados por Hamas y para los centenares de familias que han podido abrazar de nuevo los que estaban en prisiones de Israel. Pero las hostilidades y la tensión continúan especialmente en Cisjordania. Sabemos que muchos no volverán: rehenes, prisioneros, tantísimos muertos. Hemos observado una preocupación generalizada por la precariedad del alto el fuego. Por eso nos unimos al Patriarca de Jerusalén, el cardenal Pizzaballa y a los obispos católicos de Tierra Santa con la esperanza de que el alto el fuego sea más que una pausa en las hostilidades y que marque el inicio de una paz estable y duradera. Compartimos su convicción que eso solo se podrá lograr con una solución justa que aborde el origen de este conflicto que requerirá un largo proceso, una voluntad de reconocer el sufrimiento del otro y una educación centrada en la confianza, que lleve a superar los miedos y los odios, y la justificación de la violencia como herramienta política. Solo así podrán ser posibles dos estados con fronteras seguras, y con una Jerusalén abierta a las tres religiones que conviven.
Esperamos que el alto al fuego en Gaza marque el inicio de una paz estable y duradera
El impacto de la guerra y de los asentamientos ilegales –según Naciones Unidas– en toda Cisjordania es demasiado desconocido en nuestra casa: las comunidades de cristianos experimentan grandes dificultades como la dura restricción de movimientos, los repentinos cortes de carreteras que alargan los viajes, los impedimentos para la vida cotidiana normal, así como la falta de agua y de electricidad, la imposibilidad de construir nuevas casas y el alto nivel de desempleo después de que tantos permisos de trabajo fueran cancelados al iniciarse la guerra.
Las comunidades cristianas son una luz en la oscuridad en una Tierra Santa que sufre. Conmueve escuchar que los cristianos quieren quedarse y reconstruir las vidas de su pueblo. Necesitan nuestra solidaridad. Les hace falta también nuestra presencia y plegaria para sentir que no los hemos olvidado, que las semillas de paz y de reconciliación que siembran los cristianos y otros colectivos judíos y musulmanes van en el buen camino, y que la esperanza también es posible para aquella tierra, que también es un poco nuestra.