La enorme y sofisticada multinacional de las estafas online

Delincuencia

Los timos por internet ya han superado el volumen de negocio de las drogas ilegales

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Las estafas online son muy difíciles de atajar 

Getty Images/iStockphoto

Edgar conoció a Rita en LinkedIn. Él trabajaba para una compañía de software canadiense, ella era de Singapur y trabajaba en una gran empresa de consultoría. Eran solo amigos, pero chateaban en línea todo el tiempo. Un día, Rita se ofreció para enseñarle a operar con criptomonedas. Con su ayuda, ganó mucho dinero. Así que aumentó la apuesta. Sin embargo, cuando Edgar intentó cobrar sus ganancias, descubrió que aquella web de trading de criptomonedas era falsa, y que él había perdido 78.000 dólares. Además, Rita era una filipina víctima de la trata de personas que estaba secuestrada en un complejo carcelario de Myanmar.

A su manera, tanto Edgar como Rita fueron víctimas de la “matanza del cerdo”, la estafa más lucrativa de un sector global que roba al año más de 500.000 millones de dólares a víctimas de todo el mundo. Estamos ante el cambio más significativo en décadas en el ámbito de la delincuencia organizada transnacional.

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La palabra china shazhupan, “matanza del cerdo” o “matar cerdos”, pertenece a la jerga de la delincuencia. En primer lugar, los estafadores construyen un corral, hecho con perfiles falsos en las redes sociales. Después escogen al cerdo, es decir, identifican el objetivo; lo ceban, pasan semanas o meses generando confianza; le hincan un cuchillo, tentándoles para que inviertan; y luego lo despiezan para aprovecharlo todo de él... de él, su familia y sus amigos.

El sector está creciendo con rapidez. En Singapur, las estafas se han convertido en el delito más común. Según las Naciones Unidas, el sector empleaba en 2023 a casi 250.000 personas en Camboya y Myanmar; otra estimación sitúa el número de trabajadores en todo el mundo en 1,5 millones. En un podcast de The Economist, se analizan los casos de un hombre de Minnesota que perdió 9,2 millones de dólares y de un banco de una zona rural de Kansas que quebró cuando su director ejecutivo desvió 47 millones de dólares para invertirlos en criptomonedas, guiado online por una falsa mujer llamada Bella. Pastor a tiempo parcial, también robó a su Iglesia.

Agente de la Policía Nacional investigando delitos informáticos POLICÍA NACIONAL 04/03/2022

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Las estafas online ya son comparables en tamaño y alcance al negocio de las drogas ilegales. Salvo que, en muchos aspectos, son peores. Una de las razones es que todo el mundo se convierte en un objetivo potencial por el mero hecho de llevar su vida. Entre las víctimas identificadas en el podcast de The Economist hay un doctor en Neurociencias y también familiares de agentes del FBI cuyo trabajo es combatir las estafas. Los manuales de instrucciones ofrecen a personas como Rita directrices paso a paso para manipular a las víctimas aprovechándose de sus emociones. Constituye un error pensar que el factor sentimental es el único gancho. Los estafadores apuntan a todas las fragilidades humanas: el miedo, la soledad, la codicia, la tristeza y el aburrimiento.

Otra razón por la que las estafas son peores que las drogas es que muchas veces están fuera del alcance de la ley. En el mundo físico, quienes se dedican a la “matanza del cerdo” operan desde complejos que albergan líneas de producción de estafadores y que son un híbrido entre un campo de prisioneros y una colonia empresarial de otra época, con supermercados, burdeles y salas de juego, así como cámaras de tortura para los empleados díscolos. Una parte de los beneficios se emplea en comprar la protección de políticos y funcionarios. En Filipinas, una ciudadana china llamada Alice Guo se convirtió en alcaldesa de una pequeña ciudad venida a menos y construyó en ella un complejo de una treintena de edificios dedicados a las estafas. Más de 400 millones de dólares pasaron por sus cuentas bancarias entre 2019 y 2024. En Camboya, Laos y Myanmar, la ciberdelincuencia se ha converido en un pilar de la economía. Es probable que los Estados estafadores sean más difíciles de combatir que los narcoestados.

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Y los estafadores son igual de escurridizos en el mundo digital. Los sindicatos delictivos chinos que los dirigen no son mafias jerarquizadas. Son, más bien, una economía colaborativa sumergida. Un grupo puede especializarse en contactar con objetivos, otro en asesorarlos para que inviertan en criptomonedas y un tercero en blanquear el dinero robado. El fracking digital de la fragilidad humana es sumamente modulable.

La última razón por la que las estafas son peores que las drogas es que son muy innovadoras. Los estafadores utilizan programas maliciosos avanzados para obtener datos confidenciales de los dispositivos de las víctimas. Los cibermercados comercian con herramientas y servicios, incluidos dominios web, software de inteligencia artificial (IA) e instrumentos de tortura. Las criptomonedas permiten a los delincuentes mover dinero de forma rápida y anónima en el mundo real. Al margen de sus méritos, la desregulación de las criptomonedas que se está produciendo en Estados Unidos les brindará nuevas oportunidades.

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La IA turboalimentará todas esas innovaciones. En la actualidad, ya sólo bastan 15 segundos de la voz de alguien para producir un clon que los delincuentes utilizan para suplantar identidades. Un empleado de la oficina de Hong Kong de Arup, una empresa británica de ingeniería, fue engañado para que pagara 25 millones de dólares mediante una videollamada con deepfakes de sus colegas, incluido el director de finanzas. Combinando el cambio de voz y de rostro de la IA con los servicios de traducción y la gran cantidad de datos robados que se venden en los mercados clandestinos, los estafadores podrán dirigirse a más víctimas en más lugares. Los delincuentes también podrán recurrir a las herramientas de análisis para identificar en grandes conjuntos de datos personas adineradas, solitarias o atribuladas que constituyan objetivos prometedores.

Las estafas en línea serán aún más difíciles de reprimir que el tráfico de drogas y, a diferencia de éste, no existe la opción de la legalización, la regulación y el tratamiento. La pedagogía puede ser de ayuda. En Singapur, aparecen advertencias en el transporte público y durante las transacciones digitales. Sin embargo, la actuación policial también debe cambiar.

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Para luchar contra los estafadores, las autoridades deben crear redes propias. Hoy en día, son muchos los cuerpos policiales con enormes recursos dedicados a combatir el tráfico de drogas que tratan las estafas como una molestia y a las víctimas como incautos. En vez de eso, tienen que trabajar con bancos, bolsas de criptomonedas, proveedores de servicios de Internet, empresas de telecomunicaciones, plataformas de redes sociales y compañías de comercio electrónico. Singapur ha creado un centro neurálgico en el que la policía, los bancos y las compañías de comercio electrónico pueden rastrear y congelar el dinero al instante cuando los estafadores mueven el botín entre cuentas.

Los países también deben mirar más allá de sus fronteras. Los delincuentes mueven dinero y personas a través de muchas jurisdicciones, por lo que la maquinaria global de la aplicación de la ley no es capaz de seguirles los pasos. Muchos jefes de grupos dedicados a las estafas son de China continental, y el Partido Comunista de China detiene todos los años a cientos de miles de presuntos estafadores. Ningún país entiende mejor la escala y la sofisticación de esos grupos delictivos. En un momento en que Estados Unidos y China están enfrentados, las estafas son un ámbito en el que podrían —y deberían— colaborar por el bien común.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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