Fernando Huici, el crítico de arte que amaba la verdad

Obituario

Fallecido el sábado en Madrid, su amigo el artista Perico Pastor lo retrata como un hombre cultísimo que sabía que su papel no era explicar,  sino abrir una ventana para que la gente se asomara
 

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Fernando Huici, crítico de arte y director de la revista 'Arte y Parte' 

ARS FUNDUM

No soy el único artista de este país que le debe su carrera a Fernando Huici, fallecido este sábado, primer día de marzo. La lista es larga e incluye nombres como el de Guillermo Pérez Villalta, de mayor relumbrón y enjundia que el mío.

Ahora cuesta imaginar el poder de las páginas de arte en los treinta años del cambio de milenio, pero entre 1980 y 2010, media de Fernando en El País de Madrid, de Victoria Combalia en el de Barcelona, de J.M. Bonet en ABC o de Llàtzer Moix o Maria Lluïsa Borràs en Guyana Guardian te vendían una exposición. Así de fácil. No creo que haya ahora firma ni periódico que tenga esa clase de poder, ni es la afición la misma: entonces esperábamos esas páginas los viernes como se esperan las de deportes el lunes.

Estaba interesado en devolver su lugar a aquellas figuras que no tenían la atención que merecían

Spoiler: Fernando y yo éramos amigos. Muy amigos: amigos del cole. Nos sentábamos juntos, juntos nos echaron de clase alguna vez por hacer el tonto, juntos descubrimos los porros, la política (o lo que hacía las veces de política en aquellos tiempos), a Cortázar, el LSD, el irrepetible Jazz Colon en las Ramblas, y de él aprendí algo de lo mucho que sabía de cine por su padre Germán, guionista. Yo, que no tenía la menor intención de ser artista, me pasaba la vida (incluida la académica) dibujando, y él se miraba mis garabatos con interés, como si yo fuera artista y él crítico.

Retrato de Fernando Huici realizado por Perico Pastor

Retrato de Fernando Huici realizado por el autor del artículo 

Perico Pastor

Cuando volví de Nueva York a principios de los años ochenta, habiendo hecho de mis monigotes mi oficio, y con ganas de enseñarlos en alguna galería, Fernando, que ya era quien era, se lo miró con el mismo interés y me puso el pie en el estribo presentándome a Manolo Cuevas de la galería Estampa. Y ahí empezaron las medias páginas, y las exposiciones vendidas: ¡parece que no, pero esas cosas ayudan!

Contraspoiler: Fernando ha sido hasta el final un buen amigo, pero no hubiera escrito las muchas cosas hermosas que ha escrito sobre mí si no lo hubiera sentido. Además, son miles las páginas escritas por Fernando en esos años en que no paró de ver, de leer, de mirar, y todas en ese mismo tono amable, riguroso sin pedantería, crítico sin dogma, afable siempre: ¡parecía que había ido al cole con todos!

Este hombre cultísimo, interesado por todo lo que tuviera que ver con el arte, en cuya marmita parecía haber caído de pequeño, como Obélix, sabía que su papel no era explicar, descifrar ni traducir el objeto artístico, sino abrir una ventana para que la gente se asomara, sin buscar revelaciones, sólo compartir la mirada del artista sobre un objeto, a menudo cotidiano, anodino, y darse cuenta del valor de tantas cosas que pasamos por alto… hasta que un artista las mira.

Hubiera podido tirarse a lo fácil y convertirse en el crítico oficial de la Movida, pero estaba demasiado interesado en devolver su lugar a aquellas figuras que no tenían la atención que merecían

A Fernando le gustaba el arte, le gustaba de verdad. Incluso el mundillo del arte, con sus cosas y por esa confianza en el querer, se lo miraba con ternura e ironía, como a un hijo adolescente que nos hace trastadas pero del que queremos creer que al final acabará la carrera. Difícil de escandalizar y difícil de apabullar, no era de esos pelmas que se la pasan invocando a Velázquez, o Malevich, o al Giotto o a Beuys. Le gustaba todo, pero no cualquier cosa. Se divertía y hacía que nos divirtiéramos aprendiendo con él, de Zurbarán a Los Costus. Hubiera podido tirarse a lo fácil y convertirse en el crítico oficial de la Movida, pero estaba demasiado interesado en devolver su lugar a aquellas figuras que no tenían la atención que merecían, como Maruja Mallo, Pancho Cossío o Baltasar Lobo.

Y llega la hora de la despedida, Fernando: durante casi medio siglo has circulado por ese mundo de talento y cotilleo, de pretensión y verdad, de elogios y de insultos, de imposturas y revelaciones, con tu mirada inteligente y amable, y lo has hecho inteligible, habitable.

Estamos en deuda. Descansa por fin en paz.

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