Hazañas como las de Pablo Sánchez Bergasa, de 31 años, ayudan a recuperar la confianza en la humanidad. Pero para explicar su gesta hay que retroceder en la máquina del tiempo más de 25 años. Un niño de seis juega con una pelota en un parque de Pamplona, se cae y se abre una brecha en la cabeza de la que mana mucha sangre. Se siente solo e indefenso, ve llegar a una pareja y les enseña sus manos ensangrentadas…
Aquella pareja miró para otro lado y no hizo nada. Pablo, el niño del parque, creció sabiendo que un día haría todo lo que pudiera para ayudar a otros niños vulnerables. Eso aprendió de sus padres, Paz y Juan Ignacio, que educaron a sus cuatro hijos, todos con carreras universitarias, en la entrega a los demás. “Mi madre renunció a su trabajo para cuidarnos y mi padre trabajó de lunes a domingo para sacarnos adelante”.

Pablo Sanchez, en una visita a Barcelona
El éxito de Pablo, que acaba de recibir el premio Princesa de Girona en la categoría social, es el éxito de una familia. Se puede decir sin exagerar que este soñador acuna a millones de bebés. Hace siete años, recién licenciado como ingeniero, conoció por la prensa el sueño de otro joven. Alejandro Escario, de la universidad CEU San Pablo, quería diseñar incubadoras de bajo coste y enviarlas a países en vías de desarrollo.
Era lo que Pablo, que se sumó al proyecto, había buscado toda su vida. Aquella semilla inicial, sin embargo, no pasó de bocetos y planes bienintencionados. Nuestro personaje, sin embargo, no se rindió y cuando otros compañeros de viaje se tuvieron que bajar del barco, forzados por su estrenada paternidad o porque emprendían una nueva vida laboral al otro lado del Atlántico, él siguió adelante y acabó creando una oenegé.

Un bebé prematuro sin incubadora
Las incubadoras son el proyecto estrella de Medicina Abierta al Mundo, que se escribe indistintamente en castellano o en catalán, aunque sus siglas son MOW, del inglés Medical Open World (con la que se puede colaborar aquí). Pablo y su equipo, en el que juegan un papel capital sus padres y hermanos (otro chico y dos chicas), perfeccionaron la idea del 2017 al 2019. Nació así in3ator, una incubadora de nombre tan impronunciable como necesario.
Los modelos se fabrican con material plástico y son desmontables. Caben en una pequeña maleta que se puede hacer llegar a cualquier rincón del mundo. Algunas han sido porteadas por sherpas en el reino del Everest. Los diseños son de libre acceso en la web de MOW y cualquiera con un mínimo de conocimientos técnicos puede hacerlos realidad. Esa es la idea: que los países que las necesiten logren fabricar sus propias cunas climáticas .

Las indicaciones de in3ator
Se calcula que al menos un millón y medio de bebés prematuros fallecen al año por falta de recursos técnicos. Una incubadora comercial cuesta una media de 32.000 euros. Las in3ator, más humildes, cuestan unos 350 euros. “Por supuesto, las profesionales son muchísimo mejores, pero estas también salvan vidas”, explica Pablo. MOW ya ha fabricado y entregado unas 200, sobre todo en países de África y de América.
Otros ejemplares han llegado a Nepal y a destinos peligrosos. El propio Pablo cogi ó vacaciones (ha trabajado en la extinta empresa de electrónica BQ y hasta ahora lo hacía en IED Electronicity) para llevar una decena a una Ucrania en guerra. “Pensé en ocultárselo a mis padres, pero ellos –que siempre me han prevenido contra los peligros innecesarios– sabían que este era un peligro necesario y me animaron a viajar”.
Tesón, empatía, altruismoTres razones para un premio
1El jurado premió a Pablo Sánchez Bergasa, el hijo de Paz y Juan Ignacio, por “perseguir sus sueños con pasión y entrega”
2“por su inagotable vocación de transformar y salvar vidas”
3y, entre otros muchos motivos, “por su compromiso social y por su generosidad al compartir conocimiento”
La primera in3ator llegó a un hospital de Camerún, que hasta entonces protegía a los bebés prematuros con estufas y envolviéndolos en papel de plata y sábanas (“he visto lugares donde los refugiaban en cajas de zapatos e, incluso, dentro de calabazas”). Pablo sabe siempre gracias a un control telemático qué incubadoras están activas y cuáles no. Cuando la luz de aquel primer modelo se encendió, las noticias eran terribles.

El antes y después de Zoe
Los médicos le confesaron que la pusieron en marcha porque no tenían ningún otro candidato en ese momento, pero no albergaban esperanzas de salvar al ocupante, un bebé que nació con solo 500 gramos de peso (más o menos, el peso de dos manzanas de tamaño mediano). Pablo se acostó preocupado, esperando la confirmación de sus temores. Pero pasó un día. Y otro. Y otro… Y aquel niño, que se llama Zoe, salió a flote.
Estos pequeños grandes milagros se fabrican con la complicidad y la ayuda de alumnos de centros educativos, como Salesianos Pamplona. Pablo acaba de renunciar a su trabajo. Invertirá hasta el último céntimo de sus ahorros en impulsar aún más MOW. Luego, ya se verá. “Hay cosas más importantes que el beneficio económico”. Lo redescubrió el día que viajó a Camerún y le presentaron a una señora que le entregó a su hijo para que lo abrazara. Era la madre de Zoe.