Un respetado y conocido líder indígena, Davi Kopenawa, que nació alrededor de 1956 en la Amazonia brasileña, cerca de la frontera con Venezuela, ha recordado en Barcelona que “la Tierra es nuestra madre” y que “el dinero no se come”. Kopenawa, a quien unos misioneros dieron su bíblico nombre de pila (David, en español), es un firme defensor de los derechos humanos y territoriales de su pueblo, los yanomami.
Esta es una de las comunidades amazónicas relativamente aisladas más importantes, con unos 54.000 integrantes: 29.000 en Brasil y 25.000 en Venezuela. Su territorio está cada vez más amenazado: deforestación, incendios, invasión de ganaderos y garimpeiros o mineros ilegales, propagación de enfermedades, contaminación de acuíferos, monocultivos extensivos de soja… Davi Kopenawa, en comunión con los espíritus de la floresta, lo sabe y nos pide que actuemos ahora que aún hay tiempo.
Él dice floresta , en portugués, pero esta palabra en ese idioma y, sobre todo, en el sentido que le dan los yanomamis, tiene un significado más amplio que en castellano o catalán. Los espíritus del urihi a, es decir, del bosque, de la selva, de la naturaleza y de la propia tierra madre, saben que si se muere la floresta, que engloba todo eso, “se muere también el mundo”. “Ayudadnos a intentar evitarlo”, dijo ayer tan ilustre visitante.
La agenda del portavoz yanomami está repleta. El lunes por la mañana, un encuentro con la prensa en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB); por la tarde, una conferencia con las 500 entradas agotadas. Y antes de que la Universitat de Barcelona le conceda una distinción de honor, el viernes, por la defensa de los suyos y de la naturaleza, impartirá charlas ante alumnos de bachillerato y de estudios superiores.

Con la antropóloga Ana M. Machado (a la izquierda) y sus anfitrionas
La integridad y la lucha de Kopenawa, que ha aparecido en documentales y películas, es mundialmente conocida gracias a instituciones como Survival Internacional. La británica Fiona Watson, directora de investigación y campañas de esta oenegé, además de una autoridad mundial en pueblos indígenas no contactados, es una de sus mejores amigas occidentales. También es su amigo el francés Bruce Albert, un clásico moderno de la antropología.
Bruce Albert firma a cuatro manos con Kopenawa El espíritu de la floresta (Eterna Cadencia) y la monumental La caída del cielo (Capitán Swing). Davi Kopenawa ha repetido en Barcelona lo que dice en esos libros, y que se resume en que el cambio climático es la venganza de la naturaleza. “Los blancos que nos rodean son hostiles y solo piensan en ocupar nuestra floresta con su ganado y destruir nuestros ríos para recoger oro”.
El trabajo del propio Kopenawa y de su pueblo, siempre con la ayuda de Survival y de Bruce Albert (cuyo respeto por la Amazonia está garantizado por jóvenes colegas, como la brasileña Ana Maria A. Machado), fue capital para que el Gobierno de Brasil ratificara las lindes del urihi a, el Territorio Indígena Yanomami. Pero ni los decretos presidenciales ni las leyes han logrado preservar este reino sin rey.
Sucesivas fiebres del oro, a veces alentadas por las autoridades (el conferenciante tuvo duros reproches para el expresidente Jair Bolsonaro), implicaron la llegada de miles y miles de garimpeiros, que utilizan el mercurio sin control y contaminan ríos (el mercurio se adhiere al oro y forma una amalgama que facilita la separación de la arena, rocas u otros materiales del metal precioso, pero a un altísimo coste).

El fotógrafo Llibert Teixidó, en acción
La situación con el regreso al poder de Lula da Silva “ha mejorado mucho, pero no del todo”. La invasión de la tierra yanomami no solo comporta su destrucción. “Los mineros se pueden expulsar, pero las enfermedades que trajeron no. La gripe causa estragos. Estas y otras enfermedades importadas y para las que no tienen anticuerpos provocan indirectamente hambrunas. Los datos de desnutrición siguen siendo altos.
La Amazonia, dice uno de sus mejores embajadores, “nos da salud y alegría, pero vosotros no la respetáis. Y si la Amazonia muere, todos moriremos: vosotros y nosotros. Y el proceso ya ha empezado, con la tala industrial de árboles, la construcción de carreteras y la contaminación del agua”. Los yanomamis se llaman a sí mismos los seres humanos. A los blancos nos llaman los napë pë, el pueblo de las mercancías.
Un clásico de la antropología
'La caída del cielo', un libro cum laude
La antropología está plagada de mentiras y ruindad. Un ejemplo es Colin Turnbull, autor del superventas La gente de la selva (Editorial Milrazones), con infinidad de reimpresiones y traducciones desde su aparición, en 1961. Turnbull narra con brillantez la vida de los mbuti, que él llama “pigmeos”, pero apenas realizó trabajo de campo entre ellos. Y, lo que es peor, ni siquiera cita a Anne Eisner, su anfitriona en el Congo y su principal fuente informante. De ello trata, entre otras cosas, el último libro de Albert Sánchez Piñol, el muy recomendable Las tinieblas del corazón (Alfaguara, La Campana en catalán). Actitudes como la de Turnbull engrandecen aún más la figura del francés Bruce Albert, un verdadero clásico de la antropología moderna, que ha pasado larguísimas temporadas entre los yanomami y que ha escrito La caída del cielo (Capitán Swing) cediendo todo el protagonismo a Davi Kopenawa, como si él fuera un mero transcriptor y traductor de sus conversaciones, a las que da forma en un libro tan extraordinario como ameno y riguroso.